brutal represión contra un puñado de jubilados, solos de casi toda soledad en su manifestación de los miércoles frente al Congreso, aviva el interrogante de cuánto falta para que reaccionen la dirigencia opositora y los sectores más contestatarios de nuestra sociedad.

Con base en la experiencia histórica, se supone -y aun corresponde creerlo- que los jubilados, la educación pública en general y la Universidad en particular son una frontera infranqueable, más tarde o más temprano, para los apetitos neoliberales.

Es cierto, igualmente, que ante la brutalidad de los dispositivos de Javier Milei y sus mandantes semeja haber una tolerancia, aceptación o resignación social difíciles de asimilar. Esto no va en perjuicio de reiterar que el lapso gubernamental es todavía muy corto, como para que los desencantados o expectantes asuman su frustración de modo contundente. Pero sí crece el interrogante de si la clave no estará pasando por la ausencia de alternativas.