A ocho años de la sentencia del megajuicio La Perla, LNM conversó con Emiliano Salguero, integrante y vocero de la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos en Córdoba.

Esta semana se cumplieron ocho años de la sentencia en la megacausa La Perla, un juicio histórico en Córdoba y el país que condenó a 38 genocidas. En medio de las voces oficialistas sobre el negacionismo y la “apología de la crueldad”, la Mesa de Trabajo por los DD.HH. indicó: “La Memoria tiene también que tener una materialidad”.

“La sentencia de La Perla en 2016 fue particular por lo social, porque mostró cómo una sociedad que puede tener diferencias en un montón de cosas, se hizo presente en los Tribunales Federales con más de 20.000 personas. Fue un hecho único porque no ha existido una sentencia judicial con tanto público y con la repercusión que eso tuvo no solo en Córdoba, y en el marco de un gobierno -el de Mauricio Macri-, que ya tenía entre sus integrantes a muchos negacionistas”, dice a La Nueva MañanaEmiliano Salguero, integrante y vocero de la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos en Córdoba.

Las declaraciones de Salguero se dan en el marco del 8° aniversario de la sentencia por la megacausa por delitos de lesa humanidad en Córdoba cuya lectura fue el 25 de agosto de 2016.

Este juicio, que inició en 2012, juzgó crímenes de lesa humanidad cometidos entre 1975 y 1978 en los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio La Perla, Campo de la Ribera, y el Departamento de Informaciones de la Policía (D2). Allí, se juzgaron delitos de secuestros, torturas y asesinatos contra más de 700 víctimas, incluyendo, por primera vez en Córdoba, delitos contra la integridad sexual de las víctimas y la apropiación de bebés. Un total de 38 genocidas fueron condenados.

Continúa la lucha contra la impunidad

“Hoy, ocho años después, seguimos recordando este hito histórico en la búsqueda de memoria, verdad y justicia, reafirmando nuestro compromiso con la lucha contra la impunidad”, indicaron los organismos de DD.HH. en Córdoba.

La megacausa fue una sentencia que condenó a genocidas en Argentina por el terrorismo de Estado por parte de fuerzas de ocupación. Así como en otros países, durante la Segunda Guerra Mundial, el Estado alemán invadió, ocupó y aplicó un genocidio; acá fueron las propias Fuerzas Armadas y los propios agentes del Estado -como el Poder Judicial-, los que implementaron esta metodología, “pero a la vez, años después, fue el propio país a través de sus propios tribunales, los que juzgaron, condenaron y garantizaron también el derecho a la defensa, a los genocidas”, explica Salguero sobre esta particularidad histórica en Argentina y agrega: “Esto es el valor de la democracia”.

Contra el negacionismo

En una semana donde continúan los reclamos por la visita de legisladores de La Libertad Avanza a los presos por delitos de lesa humanidad en el penal de Ezeiza, en Buenos Aires, y también donde la propia vicepresidenta Victoria Villarruel volvió a reflotar la teoría de los dos demonios y planteó impulsar las causas vinculadas a montoneros, la agrupación de derechos humanos, HIJOS repudió los dichos oficialistas y acusó a Villarruel de promover “la glorificación del terrorismo de Estado” y desconocer los crímenes de la última dictadura militar.

«Nos alarma que una representante elegida democráticamente se exprese pública e institucionalmente desconociendo el genocidio cometido por el terrorismo de Estado», manifestó el espacio en el comunicado y cuestionó que «en nombre de la representación del pueblo y en una institución como el Senado de la Nación se niegue lo que la Justicia juzgó y condenó: los crímenes de lesa humanidad».

En ese marco, desde Córdoba organismos de DD.HH. adhirieron al reclamo y también denunciaron “la acción ilegítima” de representantes del Estado que “vulnera los principios democráticos, atenta contra los derechos humanos y violenta la construcción de la Memoria, la Verdad y la Justicia”.

¿Cómo se aborda el negacionismo en los discursos oficialistas?

-Voy a hacer una diferencia con lo de negacionista porque una cosa es poder discutir información sobre lo que pasó, sobre los relatos históricos y otra cosa es ser apologista del terrorismo de Estado, y es lo que estamos escuchando en los últimos tiempos en el marco del discurso que Milei y otros funcionarios tienen permanentemente, es un apología de la crueldad. Más allá de la disputa del relato, hay una cuestión mucho más profunda que tiene que ver con la realidad actual: acá se intenta disputar el relato del pasado para garantizar impunidad de los que estuvieron condenados o fueron parte del genocidio, o al menos partícipes, porque lo que se intenta es garantizar impunidad para adelante. Quieren volver a construir un Estado de privilegios solo para unos pocos y si eso tiene resistencias en la mayoría de nuestra sociedad, tendrá como respuesta la represión y el autoritarismo, es decir, la impunidad. Ese es el marco por el cual el negacionismo tiene presencia en los medios, pero no en todos sino en los que siguen esa línea y esto hay que decirlo.

¿Qué reflejan los dichos de la vicepresidenta sobre los delitos de lesa humanidad?

– Con su discurso, Villarruel está tratando de justificar los aberrantes crímenes que se perpetraron en el Estado porque hubo acciones político militares que causaron muertes. Ella trata de justificar una cosa con la otra, esa es su propia trampa, porque la teoría de los dos demonios solo intenta poner todo en el mismo lugar desde el punto de vista jurídico, como si se tratara de un partido de fútbol: si uno hace una falta, el otro también puede hacerla. Justifica que el Estado cometa crímenes cuando es el que debe garantizar los derechos humanos. Tiene que quedar claro que acá hubo policías, empresarios, sectores de la Iglesia, del Poder Judicial, político que fueron organizados desde el Estado con toda su estructura. No es lo mismo que una persona que pertenece al Estado cometa un delito, como pasó en el juicio por violencia de género donde se juzgó a Diego Concha, él cometió un delito de violencia institucional porque estaba en un lugar del Estado, pero no es el Estado el que lo llevó a cometer ese delito. Es totalmente diferente.

¿Cómo impactan los discursos de odio?

-Ellos -desde el Gobierno- hacen apología del terrorismo de Estado, relativizándolo; una cosa es que alguien diga “no fueron 30.000” como discuten algunos investigadores que responden a esta línea de la impunidad, y otra cosa es humanizar el terrorismo de Estado, pero más allá de eso, lo más importante es entender que por algunos problemas propios de la democracia se están colando estos discursos apologistas de la impunidad. Lo intentaron hacer con lo del olvido, luego con la Ley de Obediencia Debida y Punto final, también con el discurso de la reconciliación. Los genocidas siguen guardando la información, siguen negando la información dónde dejaron los restos de nuestros padres, tíos, hermanos, compañeros y compañeras desaparecidas. Es decir, siguen perpetrando esto y eso también hace a la imprescriptibilidad de los crímenes. Creo que tenemos que preguntarnos por qué se cuelan estos discursos violentos en la democracia. Debemos señalar que la misma democracia no ha concluido institucionalmente los anticuerpos necesarios para estos sectores que hacen apología del terrorismo de Estado. Nosotros tenemos permitido que un presidente pueda decir en un discurso de un balotaje, con envergadura política que tenía, que no hubo genocidio sino que fue una guerra y no hubo ningún tipo de sanción para esta persona. Esto no se trata de una pelea Boca-River, acá hay víctimas y las sigue habiendo porque hasta el día de hoy estamos sufriendo esas consecuencias.

 – ¿Cómo se puede construir memoria?

-El Estado cumple un rol en formar a la sociedad en los derechos humanos, no es Cadena 3, ni Villarruel los que tienen que formarla, somos también nosotros como sociedad, como comunidad porque no hay memorias sin comunidad, porque es colectiva y no un hecho individual. Es un hecho que se va compartiendo con el que tenés al lado. Los propios hijos de los genocidas, en estas historias desobedientes, están pensando su propio pasado, discutiendo con esa idea de los héroes que salvaron a la Patria y más bien pensándolos en términos de mano de obra que fue utilizada por el poder real, poder fáctico. La memoria tiene también que tener una materialidad, tiene que terminar cristalizándose, en mejorar la vida de todos y todas. No solo debe ser discursiva, ante la disputa del relato hemos puesto mucho hincapié en lo simbólico, en lo discursivo pero me parece que también hay que pensarlo en términos de lo real. Tener memoria en este contexto es mejorar las jubilaciones, es defender la educación pública, es generar dispositivo para combatir la violencia institucional, es defender la producción nacional, es básicamente defender los derechos, pero no desde la mirada individualista, sino colectiva. No hay una persona que pueda garantizar su derecho y el resto no. Se discute esta idea de la libertad individual pero hay también que defender siempre la libertad colectiva.