En su homilía durante el acto religioso celebrado en la catedral con motivo de la fiesta patria, el arzobispo porteño intercaló párrafos que describen con crudeza la realidad social del país, pero al mismo tiempo hizo un llamado directo a dejar de lado los conflictos y los enfrentamientos y a trabajar unidos para encontrar alternativas de salida
“A muchos les falta el termómetro social de saber lo que viven los argentinos de a pie” dijo el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, al hablar en la catedral metropolitana con ocasión de la ceremonia religiosa (te deum) celebrada por la fecha patria y a la que asistió el presidente Javier Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel (que no había estado la noche anterior en el acto de Tucumán) y los ministros del gabinete nacional. Siguiendo con su diagnóstico el arzobispo porteño pidió que “no hipotequemos el futuro” porque “demasiadas cosas ya hicimos mal en el pasado del que nadie se hace cargo” pero que dan como resultado que “en Argentina seis de cada diez chicos son pobres; niños con hambre revolviendo basura, chicos no escolarizados, o con una instrucción demasiado básica, no pudiendo leer de corrido o interpretar un texto”. Y avanzó a decir que “la educación básica tiene que ser el primer objetivo de un plan de desarrollo, porque el hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos” dado que “un analfabeto es un espíritu subalimentado”.
Mientras Milei escuchaba en silencio desde la primera fila el arzobispo señaló que “algo no está bien (en el país) cuando tenemos dirigentes ricos y un pueblo trabajador muy pobre” sabiendo que “muchos argentinos están haciendo un esfuerzo enorme, un esfuerzo que conmueve, un esfuerzo esperanzador” y criticó a quienes “cascotean” esa realidad “con intereses mezquinos, con la voracidad del poder por el poder mismo, con conductas reprochables” que no reparan en la realidad de “los argentinos de a pie”. Y elevo su oración pidiendo a Jesús “no posicionarnos siempre desde los conflictos, desde la grieta, desde los enfrentamientos”.
Conocedor del impacto político que sus palabras pueden producir en una circunstancia como la actual, García Cuerva comenzó su homilía en la catedral advirtiendo que su intervención “quiere ser un aporte, a la luz de la Palabra de Dios, para la reflexión de todos los actores de la sociedad argentina, convencido que entre todos construimos la Patria”. Pero de inmediato advirtió el riesgo de que, al margen de su propósito, “luego, puedan ser tomadas frases aisladas para querer alimentar la fragmentación”.
Con esta intención el arzobispo si bien hizo una crítica descripción de la realidad social insistió varias veces en su discurso sobre la necesaria unidad de los argentinos para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Recordando a los congresales de Tucumán en 1816, García Cuerva sostuvo que “queremos también nosotros construir la fraternidad, mirarnos a los ojos y descubrirnos hermanos, insistir una y mil veces en forjar la unidad entre los argentinos, más allá de nuestras diferencias, porque para la cultura del encuentro no hay límites, nadie es prescindible, nadie es descartable”. Y en el mismo sentido subrayó que “necesitamos aprender a reencontramos y reconocer que somos una comunidad; dejar de lado personalismos y generar consensos y acuerdos que permitan, a la creatividad y audacia, abrir nuevos caminos; es urgente entender que nos necesitamos, que somos hermanos”.
El arzobispo de Buenos Aires hizo además un llamado a la solidaridad y a la acción colectiva a favor de quienes sufren apelando a una frase del papa Francisco: “Hoy no hay tiempo para la indiferencia. No nos podemos lavar las manos con la distancia, con la prescindencia, con el menosprecio. O somos hermanos o se viene todo abajo”. Pidió entonces “ser audaces, jugarnos la vida por los que sufren, comprometernos con los más pobres y excluidos, viviendo la libertad de la mano del amor al prójimo, independizados de todo prejuicio y rechazo del otro por pensar distinto, independizados del odio que nos enferma y carcome desde las entrañas, independizados de la corrupción, del ventajismo, de los privilegios de algunos a costa de la indigencia de muchos”.
García Cuerva fue el único orador en el acto religioso y estuvo acompañado por sus obispos auxiliares y por ministros de otras comunidades religiosas presentes en el país. Al insistir en dejar de lado los enfrentamientos el arzobispo recordó que “si los congresales de Tucumán en 1816 insistían en sus diferencias sobre el modelo para la organización nacional, o sus distintas concepciones ideológicas, sin buscar consensos, todavía estarían discutiendo en la casa de Tucumán, aunque no sé si con los gritos, descalificaciones, expresiones vulgares y agresiones, a las que nosotros tristemente estamos acostumbrados hace años”, Sin embargo, subrayo García Cuerva, “los congresales entendieron que por sobre todo está la Nación y el bien del pueblo argentino, y por eso cargaron con la enorme responsabilidad de declarar la Independencia y estar a la altura de las circunstancias que la historia les pedía”.
Antes de finalizar su intervención García Cuerva recordó que para mayor comodidad en la reuniones y que “todos entren” la dueña de la casa de Tucumán donde se reunieron los congresales, doña Francisco Bazán de Laguna, permitió ampliar las salas modificando la estructura de la casa. Y utilizando el ejemplo afirmó “que aquella casa histórica de Tucumán es modelo para la Argentina de hoy” y pidió “que entren todos, que nadie quede afuera, que no haya excluidos, que se agrande la torta, que todos se sienten a la mesa de la dignidad, que todos reciban la mejor educación, que todos tengan un trabajo digno, que Argentina se ponga de pie, y caminemos juntos detrás del objetivo común de construir la Patria que soñamos, con libertad y paz, siempre entrelazados por la solidaridad y la justicia”.
Una vez finalizada su intervención, y antes de acercarse a saludar afectuosamente al presidente, el arzobispo invitó a los presentes a unirse en una oración colectiva por la patria y se entonó el himno nacional.