Cinco historias de hijas y nietas que vivieron en primera persona la incansable lucha de sus madres o abuelas en medio de un contexto cargado de horror y terror. Cómo se gestó ese primer encuentro, qué pasaba puertas adentro cuando nadie más las veía y la importancia de preservar la memoria, ayer y hoy.

El 30 de abril se conmemora el aniversario de las Madres de Plaza de Mayo por su encuentro en Plaza de Mayo en 1977. Mientras reclamaban por la aparición con vida de sus hijas e hijos, empezaron a juntarse. Empezaron siendo pocas. En pleno genocidio, estaba prohibido reunirse, pero al caminar, armaron la ronda más histórica, que todavía se sigue realizando en distintas plazas de la Argentina. 

Los recuerdos de las hijas y nietas de las Madres de Plaza de Mayo hablan de los olores de la cocina, las colecciones, las novelas, las canciones, el cuidado, pero también de las reuniones de las primeras Madres, del clavo en la solapa antes del pañuelo blanco. Hablan de ellas en lo cotidiano, como mujeres madres y abuelas. También de ellas luchando en contra la dictadura.

Madres que llegaron a tener hasta el triple de la edad de sus hijas e hijos, víctimas de la desaparición forzada. Historias de mujeres que se conocieron cuando el terrorismo de Estado desapareció a sus familiares. Madres que ya tenían una militancia o empezaron a tenerla exigiendo la aparición con vida, principalmente, de sus hijas, algunas de ellas embarazadas, y de sus hijos.

 

 

Cecilia, hija de Azucena Villaflor de De Vincenti: “Vayamos a la Plaza, no sigamos solas”

El 30 de noviembre de 1976 los genocidas desaparecieron a Néstor De Vincenti, hijo de Azucena y Pedro, hermano de Pedro, Adrián y Cecilia; y a su novia, Raquel Mangin. Militaban en Montoneros. En su búsqueda, Azucena se convirtió en una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo.

El 10 de diciembre de 1977 ella también fue desaparecida y llevada a la ESMA. Dos días antes se habían secuestrado a los demás integrantes del Grupo de los 12 de la Santa Cruz, donde el genocida Alfredo Astiz, el “Ángel rubio”, se había hecho pasar por el familiar de una víctima para infiltrarse, marcarlos e incluso participar en los secuestros. Además de Azucena, en ese grupo estaban María Ponce de Bianco, Esther Ballestrino de Careaga, Ángela Aguad, Remo Berardo, Julio Fondevila, Patricia Oviedo, Horacio Elbert, Raquel Bulit, Daniel Horane, y las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon. Después de días de cautiverio y torturas en la ESMA, llegaron los asesinatos con los vuelos de la muerte.

 

Familia Villaflor

 

Poco después, los cuerpos de las Madres fundadoras, de Leonie y de Ángela regresaron con las aguas a la costa. Fueron enterrados sin nombre en una fosa común en el cementerio de General Lavalle.

“Mi mamá, mientras limpiaba la casa, siempre cantaba tangos. Me quedó muy grabado porque a partir de la desaparición de mi hermano no canta más y es una de las cosas que ella misma dice en voz alta: no voy a cantar más tangos hasta que aparezcan Néstor y Raquel”, recuerda Cecilia De Vincenti.

Sobre la vida de la pareja de Azucena y Pedro antes de la desaparición forzada de su hijo, recuerda: “A mi mamá y a mi papá les gustaba bailar tango, entonces iban a una fiesta y había tango y ellos salían a bailar. Mi mamá cantaba o silbaba algún tango, mientras estaba cocinando”, cuenta Cecilia, y agrega: “Si era un día de lluvia, así, medio frío, mi mamá hacía buñelitos de manzana, de ese olor me acuerdo como rico, pero a mí no me gusta el tuco, entonces me acuerdo como feo, jueves y domingos, bien tanos, comíamos pastas y a mí no me gustaba el olor al tuco”.