La historia de la militante cordobesa secuestrada, asesinada y arrojada al Río de la Plata. Su cuerpo apareció en la costa, fue enterrado como NN y, 21 años después, identificado. Hoy, el fallo.

JUICIOS DE LESA HUMANIDAD

Nadie sabe bien cómo, pero Rosa “Tota” Novillo Corvalán se las rebusca, siempre, para reaparecer. Militante del PRT-ERP, en mayo de 1975 fue una de las 26 presas políticas que saltó por la ventana de una cocina para fugarse del Buen Pastor, ganar la calle y continuar militando por la revolución. Clandestina, la organización la destinó a Campana, en el cordón industrial norte del Gran Buenos Aires, donde vivía con su pareja Guillermo “el Negro” Pucheta, también militante del PRT-ERP y dirigente obrero en la Perkins. En marzo o abril de 1976 las fuerzas del mal lo secuestraron; la Tota, embarazada, desapareció ese mismo mayo.

A Rosa la mantuvieron cautiva en una guarnición militar, muy probablemente Campo de Mayo, todo el tiempo que hizo falta hasta que diera a luz. Consumado el parto, le pegaron tres tiros, cargaron el cuerpo a un avión y lo arrojaron el cuerpo al Río de la Plata.

Pero allí no acabó su historia. Testaruda como era, Novillo Corvalán volvió a aparecer. A fines de diciembre del mismo año del Golpe, el río color marrón la depositó en la costa, al sureste de La Plata. Asesinada y todo, la Tota volvía.

Pero aún presa, secuestrada, desaparecida, baleada y dos veces enterrada, la Tota siempre vuelve. Su próxima aparición será este lunes 5, cuando regrese en forma de expediente para exigir justicia, para ella y otras víctimas de los célebres “Vuelos de la Muerte”.

El cadáver fue manipulado por policías bonaerenses, y a pesar de haber sido identificado, a comienzos de 1977 fue enterrado como NN en el cementerio de Magdalena. Podría pensarse que hasta allí llegaría su insistencia, pero no: la mujer era cabeza dura en serio, y 21 años después, en 1998, volvió a aparecer cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense sus restos identificó y a su numerosa familia se los entregó. Actualmente en un camposanto de Villa Allende descansa Rosa Eugenia Novillo Corvalán, un recuerdo sonriente para quienes la quisieron, llama viva de una utopía a la que no dejaron ser.

Pero aún presa, secuestrada, desaparecida, baleada y dos veces enterrada, la Tota siempre vuelve. Su próxima aparición será este lunes 5, cuando regrese en forma de expediente para exigir justicia, para ella y otras víctimas de los célebres “Vuelos de la Muerte”.

Rosa Novillo Corvalan y Guillermo Pucheta

La Petisa

“De alcurnia”, católica, conservadora, la Novillo Corvalán era una familia “con muchos apellidos y poca plata”. Josefa (La Pepa), jefa de hogar, sostenía dos trabajos para alimentar a sus diez hijos, cinco de los cuales abrazarían más tarde la militancia revolucionaria. Tota o La Petisa -la baja estatura es otro rasgo distintivo de la familia- pasó por el Liceo de Señoritas y la Escuela Normal Alejandro Carbó, antes de estudiar Letras en la UNC. En esos ámbitos llamaba tanto la atención por su belleza y alegría -gustaba bailar, tocar la guitarra y, con locura, cantar- como por su carácter difícil, “podrido”.

Aunque su militancia había comenzado un tiempo antes, un día de 1971 –con apenas 21 años- besó a su madre, se despidió de sus hermanos y se metió de lleno en el proyecto político revolucionario liderado por Mario Roberto Santucho. Su hermano Rodolfo recuerda que “así era ella, decidida, de meterse de lleno en lo que emprendía”, y señala que de los diez hermanos “Tota sobresalió, fue la de avanzada, la primera de la familia que se involucra directamente en la militancia, en ese contexto de rebelión social y política de la época”.

“Amábamos la militancia, amábamos la vida”

Desde ese momento y hasta el final, la vida de Rosa giró en torno a la militancia política. Vicky Rozza, del Frente Legal del PRT y compañera de andanzas en barrio Las Flores, la recuerda como “mi primera mejor amiga: cómplice, confidente, en épocas de militancia” y señala que juntas “compartíamos talleres de lectura con niñes y jóvenes en el centro vecinal, caminábamos el barrio y hablábamos con todas las personas que podíamos. Amábamos conversar con las mujeres, invitar a los talleres”.

“Las dos estábamos enamoradas, las dos amábamos la militancia, amábamos la vida. Luego vino mi secuestro, el exilio, la fuga del Buen Pastor, el dolor. Me quedo con su risa, enamorada y contagiosa, y ese amor infinito que se siente por las mejores amigas de la juventud”, emociona.

A Rosa la mantuvieron cautiva en una guarnición militar todo el tiempo que hizo falta hasta que diera a luz. Consumado el parto, le pegaron tres tiros y desde un avión arrojaron el cuerpo al Río de la Plata.

“Oficiales, oficiales”

En los primeros 70, Tota fue responsable de un grupo de militantes del PRT del ámbito fabril, que la recuerdan audaz y valiente. Cuentan quienes la conocieron que así como era «sensible y comprometida», también “tenía dificultades para quedarse callada”. Rodolfo relata que su opción militante la llevó a vivir en una casa operativa en Alta Córdoba y que en el allanamiento de una de ellas, del que por poco se salvó Santucho y la Tota misma, “cae su documento legal, y a partir de allí el único camino posible fue la clandestinidad”.

“En el ´74 la detienen, y cuentan sus compañeras del Buen Pastor que bien audaz se paraba en el patio, miraba para arriba y les cantaba a los guardias esa canción que dice ´oficiales, oficiales, tenéis mucha valentía, veremos si sois valientes cuando llegue nuestro día´”. El tema se llama “Canción de soldados”, lo inmortalizó Quilapayún y era un clásico en la militancia de la época.

Luego vino la fuga y el retorno a la vida militante y clandestina. Su foto de “buscada” estaba pegada en toda Córdoba, pero -“familiera” irrecuperable- Rosa se las ingeniaba para reaparecer con alguna frecuencia. “En diciembre del 75 Tota se aparece en mi casa con su pareja, Pucheta. La pudimos hacer ver a mamá, que se juntara con ella, con muchos temores, y en esa oportunidad Tota me dice que estaba embarazada (…) En febrero me dice que no, que no estaba embarazada pero que estaba buscando la posibilidad de tener un bebe”, contó años después su hermana Delia. Ex compañeras del Buen Pastor señalan que en la cárcel Rosa “tenía unas ganas enormes de tener un hijo con el Negro”.

Ya en Campana, donde la conocieron como “Gloria”, antes de que la garra represiva la tragara para siempre Rosa militó y también cultivó algunas amistades. Pero no hay muchas certezas acerca de dónde, cuándo y cómo la atraparon; dónde estuvo detenida y qué fue de ese niño o niña que dio a luz en su lugar de cautiverio y que hoy tiene 44 años son incertidumbres que desvelan a los Novillo aún hoy.

Rosa Novillo Corvalan_01“Comenzamos de a poco a aceptar que no volveríamos a verla”

Como tantos familiares de desaparecidos, muchas veces en la más estricta soledad, Josefa buscó a su hija sin descanso. Mandó cartas a los funcionarios de la dictadura, golpeó las puertas de psiquiátricos, cuarteles, iglesias y comisarías, y hasta se entrevistó con monseñor Graselli, quien llevaba un fichero con los datos de los desaparecidos, en el que Tota figuraba. Aunque no militaba, ella padeció –y cómo- la dictadura: además de su hija desaparecida, le allanaron la casa varias veces, casi toda su familia fue perseguida y su hijo Rodolfo estuvo cinco años preso.

A Tota, que se la había tragado la tierra, «La Pepa» la esperó siempre. Sin embargo, “comenzamos de a poco a aceptar que no la íbamos a volver a ver y quedamos en esa actitud aparentemente asumida de que nunca más sabríamos qué fue lo que pasó con ella” contó Julio, otro de los hermanos. Tras la llamada del Eaaf, el recupero de los restos y el sosiego de saberla enterrada con los suyos, su secuestro, desaparición y asesinato se abordó en  los Juicios por la Verdad, que al decir de Rodolfo Novillo “ventiló su caso y sacó a la luz todo el procedimiento irregular, pero sin castigo penal”.

A 44 años de su desaparición y asesinato, Martina Novillo continúa el legado de su tía militando en la agrupación Hijos. La joven señala que “la tía Tota siempre estuvo presente” y rescata que “nuestros padres siempre nos contaron la historia de Tota y la de ellos mismos, que fueron presos de la dictadura”. “Yo veo en ella a alguien con espíritu revolucionario y militante, que rompió los mandatos familiares y que en su momento fue una especie de ´oveja negra´ de la familia”, señala, y celebra que el juicio que llevará adelante el Tribunal Oral Federal N° 2 de San Martín “para la familia es reparación, y renueva el compromiso en este camino de lucha y militancia, que es un poco el que ella eligió”.

Con su rostro por siempre iluminado, exigiendo justicia para sus compañeros y ella misma, este lunes 5 Rosa Novillo Corvalán estará, otra vez, de regreso.


Justicia tardía, impunidad biológica


Las audiencias del juicio de lesa humanidad denominado “Vuelos de la Muerte” desde Campo de Mayo tendrán a cinco ex militares sentados en el banquillo de los acusados. Son el ex Jefe de Institutos Militares Santiago Riveros, y los ex aviadores Luis del Valle Arce, Delsis Malacalza, Eduardo Lance y Alberto Conditi, que integraban el batallón de Aviación 601, con sede en el Cuerpo IV del Ejército.

Un sexto imputado era Alberto Devoto, histórico ex funcionario del gobierno provincial comandado por  José Manuel de la Sota; por su estado de salud, fue apartado del proceso.

En este punto, el abogado querellante Pablo Llonto dialogó con La Nueva Mañana y criticó “la lentitud de la justicia”, señalando que “la responsabilidad de esa lentitud es de la Corte Suprema, que no dispone la aceleración de los juicios”.

Llonto alertó que los juzgados que tienen causas por delitos de lesa humanidad “necesitan mucho más personal”, y en el caso puntual de los Vuelos de la Muerte bregó porque “continúe la instrucción y se busquen más responsables, no solo a los pilotos”. En esa línea, aventuró que “seguramente habrá un juicio Vuelos II”.

Un rol clave para que esta causa avance al punto de llegar al debate oral y público lo tuvieron el hallazgo e identificación de los cuerpos, y “las declaraciones de conscriptos que hicieron el servicio militar obligatorio en el Batallón de Aviación 601 del Ejército, en Campo de Mayo, y que vieron los aviones y helicópteros que partían de allí para arrojar al Río de la Plata o al océano cuerpos de militantes políticos que estaban secuestrados”, dijo.

Al respecto, Llonto recordó dos testimonios: el del marino represor Adolfo Scilingo, a mediados de los 90 y condenado en España, y el del gendarme Talavera, “que manejaba algún camión que trasladó en el circuito Atlético-Banco-Olimpo”.

“Los vuelos fueron muchos y el plan de ocultamiento es muy fuerte, todavía continúa. Es un método de exterminio que está muy tapado y del que hay que ir buscando cada pieza, para desnudar esa maquinaria asesina”, aseguró.

Se estima que por Campo de Mayo, donde funcionaron cuatro centros clandestinos de detención, pasaron unos 5 mil secuestrados.