Oriundo de Las Palmas, se destacó como futbolista pero especialmente como entrenador. Tenía 86 años y estaba internado tras haber dado positivo al test de coronavirus.

“Oscarcito, largala rápido, que si no te pegan”. Ese consejo le repetía una y otra vez a un joven Oscar Acosta, habilidoso volante de Ferro Carril Oeste, su entrenador Carlos Timoteo Griguol. Promediaban los ochentas y aquel equipo dirigido por el oriundo de Las Palmas -que tenía también a Fantaguzzi, Cúper y el Beto Márcico- era efectivo y vistoso, pese a la leyenda que intentaba encasillarlo en el “antifútbol”. En el ambiente circulaba el dicho de un equipo “con menos gol que el Ferro de Griguol”, pero la verdad es que los verdolagas salieron campeones en el 82 y el 84, en una época en la que tallaban River e Independiente, Boca no levantaba cabeza y Racing padecía el maleficio de casi tres décadas sin títulos.

Griguol tenía 86 años y murió este jueves por una neumonía, tras haber dado positivo al test de coronavirus. De Ferro pasó a River, un club en el que su estilo claramente no encajaba y donde además tuvo que soportar una campaña en su contra de la revista deportiva señera de la época y de la historia reciente argentina, El Gráfico. “Andate, Griguol” tituló la publicación de editorial Atlántida, haciéndose eco de la platea del Monumental, que era reacia al juego propuesto por el entrenador y venía “dulce” por la Libertadores y la Intercontinental que el año anterior había ganado el club de la mano del Bambino Veira, otro que tampoco proponía juego vistoso pero tuvo la suerte de dirigir a Francescoli y Alonso. Así y todo, el cordobés se las ingenió para ganar una ignota Copa Interamericana ante el más ignoto aún Alajuelense, algo que aplacó los ánimos durante un –corto- tiempo, hasta que tuvo que renunciar y volvió a Ferro.

Antes, Griguol había pasado por la dirección técnica de Rosario Central –tres períodos, campeón en el 73- y tras su segundo paso por Ferro desembarcaría en el Lobo platense, donde se haría famoso por sus palmadas en el pecho a los jugadores antes de salir a la cancha. Allí logró un más que meritorio subcampeonato, que perdió ante el Rojo de Avellaneda en la última fecha; esa fue su última incursión profesional, se retiró en 2004.

Mucho antes, Timoteo brilló como futbolista en un Atlanta donde jugaba también su hermano Mario, y fue parte del plantel argentino que ganó el Sudamericano de 1959, un torneo que con los años se convertiría en la Copa América.

De Griguol queda el recuerdo de aquel Ferro, la imagen de las fuertes palmadas en el pecho, su clásica  picardía cordobesa. Pero Timoteo fue, sobre todo, un formador: generaciones completas de jugadores y no pocos entrenadores se iniciaron en el mundo de la redonda bajo su influyo.

Así quedará en la historia Carlos Timoteo Griguol, un verdadero maestro del fútbol.