En el 12º juicio por delitos cometidos durante la última dictadura, Julia Vergara refirió el calvario sufrido por ella y sus hijos a partir del secuestro y asesinato de su esposo, en 1976. Otros tres testigos.

“Fue muy duro para mí, no tenía trabajo, nada; conseguía trabajo y me dejaban afuera cuando se enteraban de lo que había pasado. Sufrimos hambre, frío y sed”. Eso es apenas parte del relato de Julia Teresa Vergara, esposa de un obrero de la Fiat-Concord secuestrado y baleado delante de ella y sus pequeños hijos, el 26 de marzo de 1976.

Ernesto Mora era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), y la dictadura encubrió su asesinato mediante un comunicado en el que sostuvo que su muerte había sido en “un enfrentamiento”.

En una declaración signada por la emoción y el dolor por aquel hecho, aún transcurridos 44 años, Vergara inició su testimonio contando la previa de aquel operativo irregular en la vivienda familiar, señalando que había visto, minutos antes, “tres camiones militares dando vueltas en el barrio”. Refirió que en el operativo la familia sufrió maltratos y golpes, no solo contra quien era secuestrado, sino también los hijos del matrimonio, de 7, 5 y 2 años en aquel momento.

La mujer recordó que durante el secuestro de su padre los niños lloraban, y “me ponen un arma en la sien, para que los chicos se callaran”. Relató además que a su marido “le pegaron dos tiros dentro de la casa y lo sacaron ya herido, arrastrándolo, vendado con una blusa mía y atado con alambre”.

Vergara señaló que mientras se llevaban a Mora, salió al pasillo junto a su hijo de 7 años y sintió “una ráfaga de balas mientras mi hijo decía ´papá, papá”. “Y se lo llevaron, y él me juraba que nada había hecho, que no sabía qué pasaba y me pedía que cuidara a los chicos”, completó.

Al día siguiente la mujer reconoció el cuerpo de su esposo en la morgue judicial, donde “vi la cantidad de balas que tenía su cuerpo”. “No lo puedo asimilar todavía”, confesó.

La testigo detalló las secuelas psicológicas que ella y su familia sufren hasta el día de hoy, contó que en una ocasión se entrevistó con Luciano Benjamín Menéndez en el Tercer Cuerpo, donde “me dijeron ´vaya y cállese la boca´”, y completó asegurando que “a uno le queda ese ruido de las armas”. “No lo puedo asimilar, fue terrible”, cerró.

“Me hicieron avisar por compañeros míos que no metiera más la cuchara”

También declaró vía remota el ex militar Eduardo Ojeda, hermano de Aldo Oscar, secuestrado la madrugada del 30 de junio de 1976. El joven era un trabajador del ferrocarril Mitre que fue apresado por una patota integrada por cuatro o cinco personas armadas y de civil, de la casa familiar de barrio Ferroviario. Ojeda relató que aquel día “nos atropellaron, nos maniataron, se llevaron a mi hermano y se fueron… no pude ver nada, me atropellaron y me metieron para adentro”. Reiteró que los atacantes actuaron sin identificarse y que él sí refirió su condición de militar, ante lo cual “me preguntaron dónde estaba el arma reglamentaria y me dijeron que me quedara tranquilo”.

Con respecto a su condición de militar en tanto eventual “ventaja” para averiguar cuál había sido el destino de su hermano, Oejda dijo que “mi grado era ínfimo como para poder averiguar”, aunque sí se contactó “con el coronel Fierro”, gestiones en las que “me dijeron que mi hermano no estaba implicado en nada y que iba a ser puesto en libertad”.

En el interín de la búsqueda posterior al secuestro para intentar dar con el paradero del muchacho, refirió el testigo que “me hicieron avisar por compañeros míos que no metiera más la cuchara en ningún lado porque me iba a pasar lo mismo que a mi hermano, que mi madre ya había perdido un hijo y podía perder dos”. Y ante el tribunal consideró que Aldo estuvo cautivo en el centro de detención, tortura y exterminio Campo de La Ribera.

Por otro lado, fue consultado acerca de en qué dependencia militar prestaba servicios él en esa época y refirió que “en el Grupo de Artillería 141 José de la Quintana”, un centro clandestino que tiene en este juicio, por primera vez en la historia, a un ex militar como imputado por delitos de lesa humanidad, por un secuestro  y desaparición ocurrido en Cruz del Eje. Acto seguido el fiscal Maximiliano Hairabedian le consultó acerca de si sabía si una comisión de ese lugar había actuado en ese lugar, lo que el testigo dijo desconocer, aunque señaló que desde la guarnición quintanera se desplegaban “patrullajes por todos lados”.

“Siempre esperamos a mi hermana, para su cumpleaños”

La única testigo presencial en sala este martes, María Elizabeth López, Inició su testimonio mostrando una foto de Graciela Torres, su hermana desaparecida. Ante los jueces Carolina Prado, Jaime Díaz Gavier y Julián Falcucci repasó el recorrido laboral y estudiantil de su hermana, que “fue secuestrada en dos ocasiones, el 8 de junio y el 29 de junio de 1976”.

Aquel día, en la casa de barrio Observatorio donde vivían tres mujeres “sentimos golpes fuertes en la puerta, entran a mi dormitorio un par de hombres con ropa verde, borcegos y armas grandes y me interrogan, yo tenía 13 años. Escuchaba que había otras personas en el dormitorio de mi hermana”.

“Pasaron diez minutos, siento que se van y mi madre estaba atada y maltratada, la casa estaba revuelta, había cosas rotas y faltaba dinero”, señaló. Un vecino que refirió haber visto tres Falcon verdes en el operativo las llevó a la casa de una compañera de trabajo de Graciela en el ferrocarril, Cristina Fonseca,  a quien alertaron acerca de lo que había ocurrido. Y  a partir de aquel día comenzó un periplo de denuncias policiales y judiciales, hábeas corpus, visitas a cárceles porteñas y bonaerenses y múltiples gestiones buscando a la joven, sin resultado.

López contó que “siempre esperamos a mi hermana, para su cumpleaños”, relató el rechazo social, maltrato y persecución sufrida por ser hermana de una desaparecida, y refirió que en 2005 los restos de Torres fueron identificados en una fosa común del cementerio de San Vicente.

“Mi mamá decía: ´Yo la buscaba, fui a Buenos Aires, y ya me la habían matado”, contó. Al igual que otros testigos de ese caso, vinculó a trabajadores del ferrocarril con la desaparición de su hermana, en tanto Torres integraba una nueva lista gremial y ello no habría sido visto con buenos ojos por la conducción sindical ferroviaria de la época. Y contó que una persona de apellido Sierra “señaló a mi hermana y se ve que la señaló muy bien, porque la secuestraron y la mataron”.

“La única arma de mi hermana eran sus ideas, ella solo quería armar una lista en su sindicato. Nunca supe adónde la llevaron”, dijo, y cerró agradeciendo a los organismos de Derechos Humanos, porque “gracias al trabajo de todos ellos yo puedo estar hoy acá”.

“Lo vi al Gordo en el baño del Campo de la Ribera”

Finalmente, también vía videoconferencia, declaró Irma Baudracco, esposa de Edelmiro Cruz Bustos Benavídez, detenido junto a Ángel Gustavo Jaeggi Díaz, ambos de militancia radical y en el PRT, el 23 de abril de 1976. Primero secuestraron a Jaeggi Díaz de barrio San Rafael, y una hora más tarde la patota irrumpió en la vivienda de Benavídez, en Alto Alberdi.

La testigo contó que su esposo ya había tenido una señal de alerta el 22 de abril de 1976, cuando en su trabajo encontró su ficha marcada con una cruz roja. “Me parece que estoy marcado”, refirió quien sería secuestrado al día siguiente de la vivienda familiar.

Ese día, Baudracco recordó “un tropel, gritos para que abramos, patadas y agresiones”. Con los secuestradores llegaba Gustavo Jaeggi, capturado un rato antes, quien estaba “mojado y descalzo”. “´Negro, nos cagaron´, le dijo. Yo eso no me lo puedo olvidar”, refirió la testigo.

Baudracco relató el robo de distintas pertenencias, entre ellas “un reloj muy caro que tuvimos que seguir pagándolo después de que se lo llevaron”, y contó que a los pocos días del secuestro un conscripto, Gustavo Bazán, les dijo que “no vayas a decir a nadie porque a nosotros nos matan si hablamos: lo vi al Gordo en el baño del Campo de la Ribera”.

A la fecha, Bustos Benavídez sigue desaparecido.

Las diatribas del “Chubi”

La undécima jornada se cerró con la ampliación de declaración indagatoria de Arnaldo “Chubi” López, quien lejos de aportar elementos para avanzar en el esclarecimiento de los hechos que se juzgan o detallar dónde están los cuerpos de los desaparecidos, se limitó a lanzar una serie de diatribas contra el tribunal, los testigos, el sistema democrático y enemigos varios.

“Tengo inmensa duda sobre la imparcialidad de este tribunal” dijo, señaló que “no importan las pruebas, ya está todo signado, ya está todo terminado” y se atrevió a cuestionar el número de desaparecidos por el terrorismo de Estado.

El ex agente de Inteligencia, que ya posee condenas por delitos de lesa humanidad, admitió este martes haber participado del Operativo Independencia en Tucumán, capítulo del terrorismo de Estado previo al golpe del 24 de marzo de 1976.

Las audiencias del 12º juicio en Córdoba pueden seguirse en vivo por el canal de YouTube del Tribunal. La próxima será este miércoles 18 de noviembre, desde las 10.