Durante los últimos cuatro años en la Capital se cuadruplicaron los comedores y merenderos, según un relevamiento preliminar de la UNC en conjunto con organizaciones sociales. Más del 60% es sostenido sólo por mujeres.

pastafrola, bizcochuelo y hasta sándwiches de milanesa pero no son para comer ahí sino para llevar hasta la Clínica Veléz Sarsfield y venderlos a los naranjitas, a los choferes de la parada de taxis y a cualquiera que se antoje de comer algo. La idea es aprovechar el movimiento del hospital para juntar fondos, justamente, para comprar comida.

Somos 14 mujeres y dos varones, los que sostenemos este comedor y merendero. Nos la rebuscamos y tenemos un microemprendimiento para juntar fondos y cubrir las cosas que faltan para cocinar. Vendemos hasta empanadas al disco afuera de la clínica porque acá vienen 120 chicos, y aparte preparamos 12 ollas para las familias que buscan la cena para sus casas”, dice Soledad Velázquez, que ayuda a mantener a flote el espacio y agrega: “Nos toca generar nuestros propios modos de subsistencia trabajando y a la vez, cumpliendo las horas que demanda la copa”. Manitos de Oro brinda la merienda de lunes a viernes de 17 a 19 y los martes y viernes -solo dos días por falta de insumos- ofrece la cena.

Jornada triple sin reconocimiento económico

El 61,3% de los merenderos y comedores están gestionados por mujeres, el 36,9% son personas con identidades disidentes y solo el 1,8% son hombres. “Ese 61,3% habla de la triple jornada laboral de las mujeres porque son las que en general, más allá de los sectores sociales, tienen una jornada de trabajo doméstico al interior de sus propias casas, el trabajo que implica la generación de un recurso económico -que puede ser formal o informal- y finalmente el trabajo comunitario o solidario”, dice María Inés Peralta, decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC.

El dato que analiza Peralta salió del relevamiento que se hizo en Córdoba Capital y localidades en la periferia, en el marco del Programa Comer Bien, impulsado por la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (Ctep) que intenta visibilizar las cifras y problemáticas sobre el hambre en el país. Desde la facultad – que este año logró la conformación de un Consejo Social en el que participan unas 40 organizaciones-,  ayudan a sistematizar estos datos, que aparte de números traslucen aspectos sociales y prácticas de lo que sucede en los barrios cordobeses cuando hay hambre.

Los comedores y la autogestión para mantenerlos

El relevamiento se hizo sobre 305 comedores, es georeferencial y tiene status de “datos preliminares” porque aún falta censar y sistematizar más zonas. Sin embargo, las cifras arrojadas de esta muestra ya son abrumadoras: unas 22.275 personas, al menos, no tienen comida en sus casas y recurren a los comedores barriales en los que trabajan unas 2.225 personas; a partir del 2015, la ciudad incrementó cuatro veces el número de los mismos; el 74,6% está vinculado a alguna organización social o institución; el 90% recurre a la autogestión para financiarse porque la ayuda estatal que logran es insuficiente; y ahora, no solo los niños asisten a estos espacios para comer, sino que van también los padres y los hermanos adolescentes, es decir, familias enteras.

Es importante desnaturalizar que la ayuda social que hacen las mujeres en los comedores no es trabajo. Sí lo es y están abordando uno de los problemas más grandes que tenemos como país en este momento: la pobreza, la indigencia y el hambre. Hay que reconocerlo como trabajo”, indica la decana y agrega que “se puede decir que en todas las épocas críticas de nuestro país, de políticas económicas regresivas, de inflación, de flexibilización laboral, de pérdida de presencia del Estado en estos territorios, claramente emergen como ahora, y se reproducen iniciativas solidarias, para dar respuesta a la reproducción cotidiana”.

Para Peralta es importante reconocer el trabajo de la triple jornada de carga. Si estas acciones resuelven un problema social, “el Estado tendría que reconocer -que es uno de los reclamos de la Ctep-, que esa tarea es un trabajo y debería haber una retribución económica si esa tarea se sostiene”. Sin embargo, eso no quiere decir que haya que dejar de lado “el enorme valor de esta actitud solidaria y colectiva, frente a que el problema de una es el problema de todas”.

Cuando deja de existir un comedor surgido por la carencia, no quiere decir que desaparecen las redes solidarias a nivel territorial, siguen existiendo aunque una familia puede volver a comer en su casa, porque “esas redes son las que sostienen la vida comunitaria”, cierra la decana.

Manitos de Oro brinda la merienda de lunes a viernes de 17 a 19 y los martes y viernes -solo dos días por falta de insumos- ofrece la cena.

Una red más allá del alimento

“En la calle mucha gente es capaz de decir despectivamente: ‘mirá esas gordas marchando’, pero yo conozco a muchas de esas gordas que salen a pedir ayuda, que posiblemente solo toman mate para pasar el día porque no tienen para otra cosa. Es muy fácil prejuzgar. Deberían saber que la gordura es síntoma de estar mal alimentada, de comer lo que se puede, eso no es salud. Entonces es mucho lo que hay que fijarse, lo que hay que luchar”, cuenta Soledad Velázquez poco antes de la Navidad cuando todavía no saben si podrán ofrecer una cena para las fiestas.

Hacemos un trabajo donde el Estado está ausente y muchas veces para desligarse de las cosas, destina o da alimento pero no sé si el Gobierno con esto de la emergencia se puso a pensar qué es lo que realmente llega a los chicos”, cuenta la mujer y explica: “Muchas veces lo que recibimos no es leche sino suplemento, con lo cual tenemos que mezclarlo con la leche en polvo para que parezca como tal”.

Victoria Fernández participa de organizaciones sociales hace ocho años, y desde hace dos trabaja activamente en el Encuentro de Organizaciones, es abogada y hace tareas en la zona oeste de la ciudad, en el comedor de Villa La Tela, San Roque, Villa Martínez y Las Flores 2, y desde esa experiencia relata que casi todos los comedores realizan otras actividades además de funcionar como tales. “Esto implica que las mujeres no solo dan de comer sino que realizan tareas como el apoyo escolar, eventos culturales y recreativos. Por este motivo, un punto fuerte de reclamo y propuesta al Gobierno es que se reconozcan las redes de trabajo que existen en los territorios, muchos de estos espacios hasta tienen consultorías por violencia”, explica.

Muchas de estas mujeres que ponen su esfuerzo en esto señalan que ojalá no tuvieran que existir los comedores ni merenderos, sino que sean espacios comunitarios de encuentro y acompañamiento. “Hoy ese trabajo que se realiza en los barrios tiene que ver con una carencia que es el hambre. Ojalá ese lazo que se genera pueda constituirse en una cooperativa de trabajo o en otras cosas”, dice la abogada.

Por el momento, quienes coordinan los comedores todo el tiempo están en movimiento. “En esto de la autogestión es una constante tener que conseguir donaciones, porque lo que llega del Estado es insuficiente y el aporte nutricional no es quilibrado. Es difícil concretar un plan estratégico para que los chicos coman mejor”, asegura Fernández.

Comida para llenar

Para el relevamiento de datos, en la pregunta: “qué alimento te gustaría tener”, la mayoría respondió ‘frutas y lácteos’. Las carencias son muchas, a veces cuando se habla de que las personas en estos espacios consumen carne, tiene que ver más con el hecho de que comen alitas de pollo, menudos, pero no una dieta en la que se incluye un pedazo de carne magra.

“La mercadería que tenemos, en parte son las que les arrancamos al Gobierno con las luchas, pero no alcanzan. Siempre tenemos para darles arroz, fideos, pollo. A las verdudas logramos comprarlas nosotros pero no alcanza”, dice Silvia Cardozo, desde el comedor y copa de leche de Campo de la Ribera. Allí trabajan nueve mujeres, que por la cantidad de insumos, abren solo lunes y martes para la merienda, miércoles y viernes para comedor, y los jueves hacen pan para los otros días.

“Estamos desde las 14 hasta las 20, este tiempo abarca las compras hasta organizarnos para cocinar, si no hay gas hay que ir a buscarlo. Luego también coordinamos la limpieza, vamos intercalando tareas. Si una está ocupada atendiendo a los niños, la otra va lavando los platos, barriendo”, detalla Cardozo y amplía: “Usamos muchas más horas para la parte organizativas, vamos viendo qué nos queda para el mes, qué es lo que nos hace falta, cómo podemos conseguir para los elementos para cocinar”.

Así como en Campo de la Ribera se organizan para ver cómo enfrentar cada semana, en Manitos de Oro, tratan de mejorar también la calidad de lo que comen los chicos, una iniciativa es erradicar el guiso, no porque sea algo malo, sino porque es una comida que usualmente los chicos comen en sus casas. “El comer bien no es solamente lo que entra en el cuerpo, es el ámbito, es la calidad de la comida, el trabajo, la contención en una charla