Se trata de Horacio Tomás Amil Meilán que jugó frente a Najdorf y Fischer.
“El ajedrez fue y sigue siéndolo el mayor entretenimiento de mi vida; me acompaña desde la infancia. Para mí siempre se trató de un juego o pasatiempo; nunca me preparé ni estudié para llegar a ser maestro”, señala Horacio Tomás Amil Meilán, el hombre que, con edad exagerada, aún posee una mente prodigiosa de la que puede rescatar recuerdos de una infancia y juventud turbulenta, y que lo sostiene para sortear los molestos jaques de los achaques de la senectud.
“El ajedrez no sólo es bueno para la gente de la tercera edad, también es importante en la niñez; que los chicos a partir de los 4 o 5 años lo practiquen, se entusiasmen y sigan las instrucciones de los maestros. Con el ajedrez desarrollarán el pensamiento estratégico, les ayudará a desentrañarán las ideas del contrario y podrán resolver con mayor facilidad sus problemas”, aseguró Amil Meilán que junto a Yuri Averbaj (de Rusia y con 97 años), Pal Benko (Hungría, 91), Brigitta Sinka (Hungría, 90), Neri Angelo (Italia, 89) y Manuel Álvarez Escudero (España, 97) integra el lote de ajedrecistas sobrevivientes de mayor edad -de los que se tienen conocimiento- en todo el planeta.
Ya emérito, dispuso de mayor tiempo para su pasión, y el Club Argentino de Ajedrez (de la calle Paraguay 1858) se convirtió en su segunda casa; allí en sus históricos salones trabó amistad con varios maestros. Jugó al ajedrez con Miguel Najdorf y hasta con Bobby Fischer.
“Tuve la suerte de ganarle una partida de ajedrez rápido a Najdorf; él era muy bueno en esa especialidad. En verdad se debe haber equivocado, porque si jugáramos 10 veces, él debería ganarme 10 a 0. Lo recuerdo como un hombre activo y preocupado por la difusión del ajedrez. Una tarde su esposa (Rita) le hacía señas mientras él jugaba para que terminara la partida porque estaban llegando tarde al cine. En un momento ella se ofuscó y marchó de la sala, cuando Najdorf lo advirtió se levantó de inmediato y con su voz grave soltó una frase para que lo escuchara todo el salón: “muchachos, si quieren seguir jugando al ajedrez, nunca se casen” (risas).