Por Nora Veiras

Del otro lado de la línea, una voz enérgica, rápida. Milagro Sala apura las palabras con la necesidad de recuperar el tiempo. Lleva tres años y cuatro meses presa. Ya enfrentó cinco juicios y otra decena está en marcha. “Me llenaron de causas, testigos presionados a los que les tiran un peso, un contrato en el Senado de la provincia, para que salgan a hablar. Nunca imaginé que Gerardo Morales tuviera tanto odio y resentimiento guardado. Una cosa es el revanchismo político, otra cosa es la venganza”.

Apenas Morales asumió como gobernador, en diciembre de 2015, empezó un nuevo calvario en la vida de esta mujer. Cambiemos, con Mauricio Macri en la presidencia y su aliado radical en Jujuy, construyó a Milagro como el ícono del mal al cual condenar sin importar las herramientas. No importó llevarse puesto el estado de derecho para sacarla de la calle, el reclamo, la protesta, el territorio en el que ella construyó su poder. Un poder organizado, altivo, desacatado,  con 70 mil militantes en la provincia que trepaban a 200 mil en el país. Un poder que puso a las mujeres en el centro, antes, mucho antes, que el feminismo se transformara en un tsunami para el patriarcado.

El ex senador Ernesto Sanz, uno de los pilares de la alianza de gobierno, confesó que si Morales no la detenía “no iba a poder durar un día en el gobierno, porque en Jujuy gobernaba un Estado paralelo”. La llevaron presa, en enero de 2016, por acampar frente a la gobernación. Fue el pretexto para privarla de su libertad y activar viejas denuncias y crear otras.

“Lo que más me dolió es que lo que no pudieron tomar lo rompieron. Dijeron que nos robamos todo, que no habíamos hecho  nada, y lo que no destruyeron lo reinauguraron como propio, es una cosa de locos. Te duele en el alma. Hicieron que los compañeros tengan miedo, les quitaron las casas, las fábricas que habíamos construido”, repite Milagro.

Para el parque acuático pergeñaron un ensañamiento especial. “Las piletas más grandes del NOA, construimos 26 piletas de natación con polideportivos, centros de salud”, recuerda. Las piletas son uno de los trofeos más preciados por esta mujer que fue abandonada por su madre y amparada como hija propia por una enfermera que la crió junto a sus hijos de sangre. Esos hermanos que se quedaron con ella afuera de la pileta cuando no la dejaron entrar porque “los indios tienen piojos”. La discriminación la marcó a fuego y con su obra pudo revertir esa humillación. Las piletas sembraron los emprendimientos de la Tupac Amaru, su organización, como símbolo de igualdad. Apenas asumió Morales cerró los grifos. Las piletas se quedaron sin agua, sin vida.

A los 13 años se enteró de que había sido hija adoptiva. La mentira le desató una furia que durante años la obnubiló. Se fue a vivir a la calle, terminó presa acusada de robo. En la cárcel organizó su primera revuelta por la comida. Salió y empezó a trabajar y a militar en la Asociación de Trabajadores del Estado al lado de Nando Acosta. Eran los tiempos del menemismo. La droga acechaba y perdía a los más vulnerables. Empezó a salir a la calle y a meterse con los pibes más pesados –“Les hacía la cabeza”, contó alguna vez–. Tenía con qué: había forjado su coraje como respuesta al hostigamiento, al desprecio, que tantas veces había querido sacarla de juego. Proponía otro juego: organizar la copa de leche, rescatar a los más chicos del hambre como primer paso para generar trabajo y a partir de ahí un proyecto de futuro.

La disciplina y el mando fueron los instrumentos para poner orden en un caos donde el Estado se había apartado. Un mando que no admitía concesiones. De­safió al bipartidismo local. Tuvo diferencias con peronistas y radicales y encontró en el kirchnerismo un lugar de contención y apoyo. La Tupac creció en cooperativas de trabajo para construir viviendas, fabricar guardapolvos, brindar servicios de salud.  Consolidó un poder político y territorial que resultó intolerable.  En 2013, sufrió una emboscada en la que intentaron asesinarla. Asumió Macri y las acusaciones de corrupción no cesaron. Desde tirarle huevazos al entonces senador Morales en una manifestación en la que ella no había estado hasta instigar homicidios pasando por desviar fondos públicos destinados a la construcción de viviendas para beneficio propio. En la causa de los huevazos, el único testigo, Cochinillo Arellano, se demostró que mintió en ocho ocasiones. En la conocida como causa de las bombachas, dos policías dijeron que Sala los había amenazado por detener a una mujer acusada de robar bombachas, nadie lo pudo demostrar. En la causa en que se la acusó de contratar sicarios para matar a un hombre en 2007 fue absuelta. A principios de este año fue condenada a 13 años de prisión por fraude y extorsión. “De un total de 117 testigos aprobados, 91 fueron de la acusación. Toda la prueba pericial y documental solicitada por la defensa fue rechazada así como 38 de los 51  testigos. Es decir se hizo un juicio exclusivamente con la prueba de la acusación”, explica Luis Paz, uno de sus abogados.

La manipulación de testigos y la violación del derecho de defensa es el patrón común de todos los procesos que la tienen como protagonista. A partir de las denuncias del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), liderado por Horacio Verbitsky, y de Amnistía Internacional, entre otros, quedó en evidencia el modus operandi y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) tomó cartas en el asunto. Dispuso que el gobierno argentino debía garantizar la integridad de la diputada electa del Parlasur, sacarla de la prisión donde había sido confinada.

Se comprobó la coordinación entre el gobernador, el fiscal de Estado provincial, la Secretaría de Derechos Humanos de Cancillería y la presidenta del Tribunal de Justicia de Jujuy para justificar la continuidad  de su prisión preventiva. Todos los velos de la complicidad entre Poder Judicial-Poder Ejecutivo nacional-Poder Ejecutivo provincial se corrieron. Sin embargo, Milagro siguió en prisión.

A regañadientes, cuando el país se exponía ya a una sanción internacional, la trasladaron a una casa en La ciénaga, en medio de la nada, la rodearon de alambres de púa y montaron una sede de Gendarmería para controlarla a ella y a cada uno de sus visitantes. En octubre de 2017, la sacaron a la madrugada, en pijama y esposada para llevarla nuevamente a la prisión de Alto Comedero. Otra vez la degradación hasta que en diciembre del año pasado un tribunal accedió a que continúe la reclusión en su casa del barrio de Cuyaya, en la capital provincial, con una pulsera electrónica.

En esa casa comparte los días con Raúl Noro, su esposo, quien también pasó por la cárcel al igual que todes los militantes de la Tupac que se resistieron a traicionarla.

A los 25 años, Milagro adoptó a doce chicos que vivían en la calle, los crió, porque sus madres no podían, junto a sus dos hijos biológicos. Durante años su casa fue un centro de multitudes familiares. “La Flaca” siempre se ocupó de construir y reconstruir. Construir y reconstruir. Imagina que cuando salga en la libertad “el tiempo me va a ser corto para recuperar la militancia, para trabajar. Han destruido nuestra provincia, nuestro país. Hay que volver a recuperar la alegría, volver a sonreír”.