Pasaron menos de cinco horas desde el estallido de la bomba. Sí, un sábado por la mañana, mientras en el cuartel del enemigo el gorila aun dormía y en los medios estaban con las puras pavadas usuales del fin de semana. A las 9 de la mañana ella lo anunció, mediante un video publicado en las redes sociales. Lo publicó, tiró la bomba y dijo: “Manéjenlo”.

Y acá estamos, los de “este lado” y el gorilaje, todos tratando de manejarlo, efectivamente. Y se escuchan todas las voces, desde Elisa Carrió anunciando —como siempre— algún pacto espurio para garantizar la impunidad, hasta otros un poco más lúcidos que ponen la atención sobre innumerables aspectos y efectos de la movida, los que van a seguir viéndose a medida que pasen las horas.

Graciana Peñafort madruga a todos y advierte que Alberto Fernández será un presidente “blindado”, puesto que cualquier intento por desestabilizarlo resultaría en aquello que el gorilaje realmente no quiere: que asuma Cristina. Inapelable. Por su parte, Jorge Asís afirma que Cristina se pone en un gris, donde no es ni deja de ser, manteniendo la centralidad, y califica de “inteligente” la opción. Otros señalan que la fórmula rompe el techo del kirchnerismo y va a cosechar votos entre los que hoy rechazan a Cristina Fernández, pero no sienten lo mismo por Alberto Fernández, en un enroque de Fernández por Fernández que hace toda la diferencia. De todas esas opiniones en caliente se puede extraer una parte de la verdad, aunque en nuestra opinión hay algo muy importante que hasta aquí nadie se animó a decir: el hecho de que Alberto Fernández ponga la cara, además de desactivar el operativo por encarcelar a Cristina, lo que hace es que baje la espuma de la tropa propia.

Es una cuestión práctica. Al calificar en su intervención en la Feria del Libro a los militantes como “incorregibles”, lo que Cristina decía es que iba a ser necesario presentarse con otra actitud frente a la sociedad para sortear la grieta y ganar las elecciones. Cristina le dijo a la militancia —sutilmente, pero con tanta sutileza que gran parte de la militancia no entendió e incluso pensó que Cristina les estaba haciendo un mimo— que bajara un poco el fanatismo alrededor de su figura para no piantar votos fuera del núcleo duro y microclima en el que estamos insertos una minoría.

Pero Cristina sabe que es imposible desactivar el fanatismo de la militancia mientras ella siga sola en el centro de la escena. Por el contrario: a medida que se acerquen más las elecciones y ella siga ahí, única y estelar en el rol de cara visible, ese fanatismo solo puede ir en aumento y no existe manera de que Cristina les haga entender a los militantes que no es hora de barrabravismo porque así no vamos a convencer a nadie.

Cristina también sabe que una buena parte del rechazo a su figura no es exactamente un rechazo a ella, Cristina, como individuo. Ella sabe que existe una gran porción del electorado que no quiere que vuelva Cristina para que no vuelvan los “kukas”, esto es, que rechaza a la militancia kirchnerista mucho más que a la conductora. Cuando esos sectores dicen “no vuelven más”, muchas veces están expresando que los que no vuelven son los talibanes de Cristina. Y para que esos talibanes no vuelvan, castigan a Cristina no votándola.

Entonces lo que Cristina logra poniendo a Alberto Fernández de candidato titular, entre otras cosas, es bajar de un solo saque la espuma del fanatismo cristinista. La militancia kirchnerista va a votar y va a hacer campaña por la fórmula Fernández/Fernández, puesto que en la fórmula está la Jefa en persona, pero ya no lo hará con ese fanatismo religioso de barrabrava enloquecido o de talibán dispuesto a inmolarse por la causa. Ya no. Ahora la militancia va a militar, votar y fiscalizar los votos políticamente, sin hacer temblar la tierra cada vez que Cristina haga un acto.

Lo que los medios de difusión ya no van a tener es la imagen del adolescente fanático trepado del alambrado y jurando su amor a la candidata, no tendrán esa imagen de la mística kirchnerista que se utilizó hasta aquí para espantar al sentido común. Lo que va a aparecer es un candidato con aspecto moderado, hablando con un discurso moderado y, lo más importante, rodeado por gran cantidad de gente moderada. Desaparece el cuco del kirchnerismo jacobino que venía degollando a hacer la revolución sangrienta y total. El elector promedio recibirá el mensaje en un sobre que no lo espanta y muchos votos se conseguirán en esos sectores dubitativos y pacatos de la sociedad. Todo eso (y aquí está la genialidad) sin perder un solo voto del núcleo propio y sin desarmar el kirchnerismo.

A partir de ahora el tablero se modificó totalmente. Ahora el peronismo tiene una fórmula que no pianta votos en ningún sector y que tiene el potencial de sumarlos en todos los sectores. No era posible bajarle la espuma a la militancia mediante la explicación de que su comportamiento era contraproducente y entonces Cristina elimina el objeto que motivaba ese comportamiento, sin desmovilizar a la militancia en sí. Si a esto se le suma en un futuro a corto y mediano plazo un proceso de adoctrinamiento del talibanaje para que empiece a comprender, es probable que tengamos cien años de peronismo ininterrumpido, al cabo de los que la Argentina llegará al siglo XXII ocupando el lugar que le corresponde, que es el de potencia mundial.

Y, en ese sentido, el aporte de Cristina en este Día de la Escarapela es simplemente descomunal. No vive actualmente y han vivido muy pocos patriotas como ella.