Una serie de medidas implementadas por la política económica del gobierno de Macri, entre las que se destacan los tarifazos de gas y luz y el cierre del mercado venezolano, provocan un fuerte deterioro en el sector.
Por: Facundo Piai
Especial La Nueva Mañana
Durante más de una década, la avicultura se destacó por su gran potencialidad. En Argentina, la tasa de crecimiento anual del sector avícola fue de doce puntos, si tomamos en cuenta el período 2003-2009, con un consumo interno en ascendencia y una demanda externa también en expansión. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), desde fines de la década del noventa, las avícolas superaron en crecimiento a la producción de carne porcina motorizada por un aumento del consumo de proteína del pollo en la dieta mundial.
Sin embargo, los años dorados para las avícolas argentinas quedaron en el pasado. Hoy el sector se encuentra atravesado por una crisis de larga data que se profundizó en los últimos tres años.
Producción y concentración
La producción automatizada de pollos parrilleros y de huevos comienza a desarrollarse en el país durante los primeros años de la década del sesenta apalancada por subsidios a la actividad y créditos blandos que impulsaron la instalación de granjas y galpones equipados para realizar las tareas de incubación, engorde, procesamiento del alimento y frigoríficos, comenta el portal especializado Avicultura.com. De este modo, la producción industrial de carne de pollo adoptó un modelo de integración vertical, con empresas integradoras que desarrollan casi todos los segmentos de la cadena de producción (desde la elaboración del alimento balanceado, pasando por la incubación, faena y comercialización). Estas mismas tercerizan el proceso de engorde en granjas especializadas para tal fin (conocidos como productores integrados), que luego devuelven el animal a la empresa integradora con el peso óptimo para la faena, después de convenir el pago por cada kilo aumentado.
Bajo este esquema, en el país se registran alrededor de 4.500 granjas de engorde y poco menos de 1.000 destinadas a reproducción, recría e incubación, las que se conectan con algo más de 50 frigoríficos aviares (plantas de procesado), de los cuales cinco concentran casi el 50% del total faenado, aunque un informe de Confederaciones Rurales Argentinas sostiene que la concentración es mayor. Las provincias que más aportan a la producción nacional de esta carne son Entre Ríos (51%) y Buenos Aires (35%). Mientras que Córdoba, Santa Fe y Río Negro representan en conjunto poco más del 12% del total faenado, de acuerdo a relevamientos del año 2016.
Los tarifazos de luz y gas impactaron de lleno
El esquema de productores integrados asociados a empresas integradoras parece atravesar quizás el peor momento desde su instauración. Quienes realizan las tareas de crianza denuncian que los frigoríficos se quedan con la parte del león del negocio al otorgarles por kilo de engorde un valor exponencialmente menor al precio de venta al público. En algunos casos advierten que las granjas de engorde trabajan por debajo de los costos por el incremento del gas y la electricidad. Insumos claves, puesto que la temperatura y luminosidad de las instalaciones son dos variables decisivas para el desarrollo de las aves. También reclaman dilaciones en el cobro de su producción (entre 60 y hasta 120 días), que en un contexto de alta inflación puede significar la quiebra de un establecimiento.
Por su parte, las empresas avícolas señalan como principal problema al atraso tecnológico de los establecimientos de cría, lo cual implica un resultado productivo menor al esperado en lo que refiere al tiempo del engorde, mortandad y morbilidad. “Los parámetros que guían a nuestra industria son mejores en otros países y necesitamos mejorarlos”, reflexionó Joaquín de Grazia, presidente de Granja Tres Arroyos (que recientemente tomó el control operativo de Cresta Roja), quien reconoció la dificultad para que los establecimientos de engorde incorporen desarrollos tecnológicos con la elevada tasa de interés existente. Por otro lado, las empresas avícolas saben que incrementar el pago a los productores integrados por el kilo de engorde tiene repercusiones en el precio final del pollo, y en un contexto de caída del consumo podría perjudicar aun más al sector. La disputa entre los dos actores parece de difícil resolución en este contexto.
Sin Venezuela, y con exportaciones por debajo de las expectativas
Antes a este conflicto interno entre las dos partes de la estructura productiva del sector, hubo un contratiempo en el destino de las exportaciones que perjudicó a todos los segmentos de la avicultura. Los acuerdos políticos y económicos que el anterior Gobierno estableció con Venezuela implicaron incrementar la cuota de pollos exportados al país bolivariano, llegando a representar más de la mitad de las exportaciones de carne aviar.
La falta de una diversificación de los destinos de nuestra carne de pollo implicó que las avícolas intentaran readecuarse inmediatamente a cambios bruscos. El volumen de pollos vendidos al país que preside Nicolás Maduro pasó de representar el 40% del total de la carne avícola exportada en el año 2014 a solo el 6%, en tan sólo un año. En consecuencia, se generó una sobreproducción de carne en el mercado local que deterioró su precio interno por un incremento sustantivo de la oferta que no fue absorbido por una demanda que se mantuvo relativamente estable.
Un informe del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca publicado en el año 2010 reconoce que los empresarios avícolas proyectaban un crecimiento sostenido en los próximos siete años, estimando llegar a producir más de 2,5 millones de toneladas de carne de pollo en el año 2017.
Las estimaciones que guiaron las conductas e inversiones de los empresarios no se cumplieron. En el año 2017 apenas se logró superar las dos millones de toneladas anuales, luego de atravesar un par de años críticos. El empresariado avícola amplió su personal y adquirió maquinarias para incrementar la producción en el contexto de auge del sector y luego los cambios macroeconómicos tiraron por la borda las proyecciones que los alentaron a tomar decisiones de inversión. Por caso, para el año pasado se esperaba llegar a exportar 600 mil toneladas de pollo, mientras que sólo se logró despachar menos de la mitad de esa cifra.
Perjudicados por la política económica de Macri
A todo esto, desde diciembre del 2015 a esta parte, las políticas económicas aplicadas por Cambiemos perjudicaron seriamente a las avícolas. La quita de retenciones a los granos tuvo como consecuencia indirecta el aumento en el mercado interno de la soja y el maíz, principales insumos para la producción del alimento para las aves. Del mismo modo, la quita de subsidios a los servicios de luz y de gas incrementaron los costos de todos los segmentos de la cadena, en general, pero perjudicando más fuertemente a los establecimientos de engorde, intensivos en el consumo de gas y energía eléctrica.
La devaluación no solo los perjudicó por expresarse en los precios internos, sino que también repercutió en los insumos importados y en las tarifas dolarizadas de los servicios.
Empresas con planes de crisis y caída de consumo
Además, la política monetarista del Banco Central de incrementar la tasa de referencia para “secar la plaza de pesos” también perjudica a este sector del empresariado porque eleva la tasa de interés de los préstamos aumentando exorbitantemente los costos financieros. Por ello aumentó el número de empresas que presentaron planes de crisis ante el Ministerio de Trabajo de la Nación; es el caso de Avex, ubicada en Río Cuarto; la entrerriana ServiAves; o la empresa Criave, asentada en la localidad bonaerense de Roque Pérez, por mencionar algunas de las que tuvieron dificultades recientemente.
Estas avícolas se suman a las que cerraron o redujeron personal o jornadas de faena en los últimos años, como el frigorífico Pidivori que a mediados del 2015 cerró su planta de Santa Fe, la empresa Las Camelias o Cresta Roja, cuya crisis se destaca por ser la segunda mayor productora de carne de pollo del país.
Los indicadores oficiales del sector dan cuenta de que este año las principales variables cerrarán a la baja, pronunciando el deterioro de las avícolas. La cantidad de aves faenadas del período enero-septiembre de este año presenta una disminución respecto al año pasado, las cifras apenas sobrepasan las de la faena del recesivo 2016. Lo mismo podemos decir de la producción total de carne de pollo.
Del mismo modo, el volumen de carne exportada durante el período señalado (enero-septiembre) se ubica por debajo del año pasado. Mientras que en las importaciones de carne se avizora un incremento respecto al 2016 y 2017. El consumo per cápita de pollo de los argentinos también presenta una disminución. En el acumulado hasta septiembre vemos que cayó más de tres puntos respecto al mismo periodo del año pasado, ubicándose en torno a los 43 kilos consumidos anualmente por habitante.
Así, languidece un sector que llegó a generar más de 100 mil puestos de trabajo en forma directa e indirecta, con una gran capacidad para traccionar diversas ramas de la actividad económica por su intensiva demanda de insumos (cereales, madera, productos veterinarios y para la nutrición, plásticos, chapas, vestimenta, combustibles, servicios, informática, etc.).
La recesión económica y el deterioro de la capacidad de consumo de los argentinos repercuten en un mercado interno alicaído debilitando a la demanda de carne de pollo. En este contexto en donde todos los gastos que hacen a la estructura de costos del sector avícola aumentaron exponencialmente, es de esperar que los frigoríficos que destinan parte de su producción al mercado externo puedan equilibrar sus balances.
Mientras que quienes dependen exclusivamente del mercado interno afrontarán mayores dificultades en este darwinismo económico implementado a partir de diciembre del 2015.