La hostilidad planteada por el circuito de poder financiero devora todos los días las esperanzas del pueblo argentino.

La hostilidad planteada por el circuito de poder financiero, cuyos intereses tutelan los gerentes privados a cargo de los negocios públicos del país, devora todos los días las esperanzas del pueblo argentino, sometidos al rigor de un dispositivo diseñado para sustituir el aliento al mercado interno -y con ello la oxigenación precisa a los multiplicadores económicos-, por la especulación en el mercado de capitalesrecargando la plusvalía vía inflación y aumento constante del tipo de cambio para mejor proveer al rendimiento de sus productos de cartera.

Como ya sabemos, todo lo dicho repone el sistema de expoliación de riqueza desde las entrañas del tejido social hacia los centros de poder global.

Los hombres y mujeres de prensa tenemos ante nosotros el gran desafío de pronunciarnos,ejerciendo la profesión ajustados en todo a la arquitectura legal que nos otorga derechos operativos, al amparo del apartado constitucional Sección Cuarta: Garantías – Art. 51: Derecho a la Información, Libertad de Expresión, Pluralidad y del espíritu de la Ley de Medios, consagrada con el concurso transversal de los actores legítimos

Pero como avenida de dos manos, al mismo tiempo nos impone deberes en el marco del juego democrático, como es el de defender nuestra pertinencia dentro de los medios para dotar de munición a la proverbialmente temida arma del contrapeso. El poder no quiere ser escrutado. El silencio tanto como la mirada cómplice son sus grandes atributos a la hora de penetrar conciencias con discursos que mienten designios de prosperidad.

Tal vez ahora, como nunca antes, sea cierto lo de “el libre acceso a las fuentes de información, no implica la libre discusión ni la honesta difusión, ya que ese libre acceso se condiciona a los intereses de los grupos dominantes…”, que advertía Arturo Jauretche a mitad del siglo XX.

Sin embargo, es necesario que quienes palpamos la realidad de nuestros compatriotas en los rincones que le asignaron estos tiempos de correrías patronales, digamos lo que haya que decir, porque eso se espera que hagamos.

Nunca como ahora todos los miedos se abaten sobre quienes apenas sobreviven al avance del agua desdichada asidos a maderos que ya nada garantizan. Son los trabajadores bajo registro. Porque se reconocen en esos tantos argentinos hundidos en la ignominia de la pérdida del empleo, mientras sigue irrevocable el esquema de informalidad laboral para un 34 por ciento de trabajadores, sin salud, aguinaldo, vacaciones ni jubilación.

La última foto indica que en Córdoba el trabajo en negro creció desde el 34,6 por ciento al 37,5. En Santa Fe, del 27 al 28,6 por ciento, en tanto en Mendoza la cifra indica que la informalidad se fue a 38,7 por ciento cuando estaba en el 34,6.

Recogiendo información oficial proporcionada por el Sistema Integrado Previsional Argentino, sabemos que en julio se perdieron casi 6600 puestos de trabajo, distinguiendo 5100 en la industria y 1000 en el área de servicios. Es el doble en términos inter anuales. 77 de 100 pertenecen al sector industrial. Se trata de 4700 personas por mes que pierden su fuente de ingresos. 46 por ciento del sector estatal, 38 por ciento en la actividad privada.

En total, 26.200 trabajadores en la calle desde los primeros días del año. Abrazados por el fuego de un capitalismo siempre a tono con la urgencia política de la coyuntura.

¿Cuál es el ánimo de una administración legítima para invertir su mandato constitucional de proveer al empleo para los hijos de esta tierra? Artículo 14 bis: El trabajo en todas sus formas gozará de la protección de las leyes (…) protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público…

El gobierno del pueblo debe crear empleo, no incitar y gestar su demolición en favor de la rapiña financiera. Está obligado a eso por imperio de las leyes vigentes que son acuerdos generales en orden a establecer la organización económica, social y política en un momento dado de su historia. Ningún instrumento jurídico canceló este artefacto fenomenal a favor de los gobernados, aceptarlo sin más sería sacrificar el futuro ante el altar de los mercados.

El ejercicio de la libertad trae consigo humores malsanos cuando no complace el apetito de los poderosos: aun así, debemos decir, filtrando nuestra palabra en la porosidad del discurso sincrético: esa conciliación forzada de espacios públicos y privados.

Vale la pena el esfuerzo de reflexionar e invitar a hacerlo, atendiendo a la provisionalidad del estado de situación; por mucho que nos depriman los datos de la realidad es un tiempo provisorio, en disputa temporal.

A favor de esta dimensión de análisis acude el notable pensador que fuera Zygmunt Bauman: “Admitir que la sociedad -con todas sus prescripciones y prohibiciones, con las recompensas para el que obedece y el castigo para el que no lo hace- dependa en definitiva de las elecciones tomadas por los hombres, favorece a la evaluación crítica, al disenso, a la resistencia: aquello que fue hecho por los seres humanos del mismo modo podría ser deshecho por ellos mismos”.