Sobre una facturación de 13 millones de pesos, la tintorería industrial de Rodolfo Liberman sufrió la devolución de cheques rechazados de sus clientes por 228 mil pesos en julio de 2015. La proporción era el 1,75 por ciento del total. El registro actualizado del empresario del partido bonaerense de San Martín indica para julio de este año que sobre una facturación de 29 millones de pesos, los cheques rechazados sumaron 1,7 millón, el 5,9 por ciento. Es decir que la morosidad es casi cuatro veces mayor. El descubierto en cuenta corriente del banco con el que se maneja este empresario supera el 70 por ciento anual. Esa es la tasa que tuvo que afrontar para tapar el bache de 1,7 millón de pesos que no consiguió cobrar a tiempo por los problemas de sus clientes. La multiplicación de costos financieros que soporta la economía real a partir de la decisión del Banco Central de fijar la tasa de interés de referencia en 40 por ciento hace ya tres meses –desde el 8 de mayo– está provocando situaciones de asfixia. Hace dos años el plazo de cobro de los trabajos que hacía la tintorería de tejidos de punto de Liberman era de 60 a 70 días. En este momento se ubica entre 90 y 120 días, lo cual le obliga a afrontar más intereses de créditos bancarios para conseguir el capital de trabajo o a utilizar efectivo propio acumulado, soportando igualmente la pérdida financiera por la rentabilidad no obtenida con ese capital. En 2015 Liberman accedía a líneas de crédito productivo impulsadas por el Gobierno nacional con tasas de interés negativas, por debajo de la inflación. Hoy ese financiamiento no existe. A la incapacidad evidente del Gobierno para dominar el frente cambiario y la inestabilidad financiera se suma una actitud despreocupada, negligente, para contener a las empresas y sus trabajadores, que están cayendo por una espiral de deterioro a la que no se le ve el final. Los diques de contención que levantó el Gobierno hipotecando el futuro de los argentinos con el crédito del FMI, las tasas siderales y la contracción monetaria no tardaron ni dos meses en verse desbordados. Sin correcciones ni siquiera superficiales a las políticas inviables que provocaron la crisis, el desenlace solo puede ser un estallido devaluatorio y una recesión violenta, con riesgos de hiperinflación y default si la destreza para afrontar esas situaciones sigue siendo tan desafortunada como hasta ahora. Volver a levantar los diques con nuevos créditos o anticipos de desembolsos del FMI solo será estirar los plazos para el mismo final, con costos mayores por el incremento de la deuda contraída.

La realidad de Liberman se multiplica por miles a lo largo y ancho del país. Cuando el Banco Central llevó la tasa de referencia del 26,25 al 40 por ciento en medio de la corrida de mayo aseguró que sería por pocas semanas, hasta superar una “tormenta” transitoria. A esta altura queda claro que lo que realmente ocurre es lo que se advertía en estas páginas desde ese momento e incluso mucho antes: el desequilibrio record del sector externo, la insuficiencia relativa de divisas, está arrastrando a la economía hacia el abismo. La libertad absoluta para la compra de dólares    –ya hasta se escuchan voces de extremistas de derecha reprochar al macrismo haber terminado con el “cepo” y habilitar todos los canales para la fuga de divisas–, la avalancha importadora y los intereses en aumento de los más de 90 mil millones de dólares de deuda emitidos, sin ningún plan de desarrollo detrás, son el alimento de una corrida cambiaria descontrolada. Todos los meses que el precio del dólar se disparó, la compra de moneda extranjera por particulares y empresas pegó un salto del 70 u 80 por ciento. Por ejemplo, en abril la demanda bruta de billetes se ubicó en 2736 millones de dólares y en mayo, cuando el dólar subió a casi 30 pesos, avanzó hasta 5003 millones, un 82 por ciento más. La misma dinámica se produjo en momentos de corrida en 2016 y 2017, por lo cual el nuevo incremento del dólar de esta semana desembocará, una vez más, en mayor fuga. El problema se repite sin que las autoridades reaccionen, pero además las consecuencias son cada vez más severas porque las posibilidades de defensa aparecen más debilitadas y la economía real ha consumido mayormente los colchones de bienestar construidos hasta 2015.

EL 8 de marzo de 2016 el Banco Central llevó la tasa de interés al 38 por ciento –Alfredo Zaiat describió ese proceso en una columna que conviene repasar ahora, titulada “La trampa de la tasa”, en la que anticipó lo que finalmente sucedería–. Ese nivel del 38 por ciento duró dos meses, ya que en mayo de ese año empezó a reducirla gradualmente hasta acomodarla en 34,25 por ciento a finales de ese mes. En junio siguió la misma tendencia hasta el 30,75 por ciento. Es decir que la experiencia actual con la tasa en 40 por ciento desde hace tres meses, con su nueva ratificación de esta semana, es algo inédito para el gobierno de Mauricio Macri. Con la corrida cambiaria reactivada, las perspectivas de una eventual baja se desvanecen hasta nuevo aviso. Eso refleja, entre otros tantos indicadores, la gravedad de la situación actual.

En el funcionamiento cotidiano de las empresas semejante escalada de los costos financieros es veneno. “Esta semana fui al banco a cambiar dos cheques de 18 mil pesos cada uno y de los 36 mil pesos que tenía para cobrar, me entregaron 30 mil”, cuenta un empresario pyme del sector de marroquinería la incidencia directa de la tasa de interés. “Los clientes nos piden 90 y hasta 120 días de plazo para pagar. Con tal de vender algo para sostener la rueda de la producción tenemos que concederlo, pero después llegan cada vez más cheques rechazados y todo eso son intereses bancarios que tenemos que afrontar nosotros”, agrega. “Sobre ventas por 1 millón de pesos, entre el descuento por pago en efectivo que ofrecemos a los clientes que están en condiciones de tomarlo, del 15 por ciento, y los costos financieros hasta que cobramos los cheques a 90 o 120 días, terminamos recuperando unos 850 mil pesos”, describe. Todo ello en un contexto de caída estrepitosa de las ventas y subas igualmente impactantes en las tarifas de energía, combustibles y logística.

El riesgo de contagio del terremoto cambiario y financiero sobre los depósitos en dólares del sistema bancario se acrecienta peligrosamente. Hasta el momento no se ha producido, pero es una barrera que si llega a ser superada dejará al país expuesto a situaciones equiparables con la eclosión que se vivió en 2001. En la economía real, otra vez, hay quienes sostienen que ya se están atravesando situaciones similares. “La caída de la actividad es muy violenta. Nuestro margen de ganancias es del 5 al 7 por ciento, pero con el aumento de los costos financieros eso se reduce en 3 o 4 puntos”, describe un contratista del sector de la construcción. “Para cualquier empresario que tenga capital, en este momento es más conveniente volcarse a las inversiones especulativas, tasas o dólar, que ponerse a producir. Yo tengo que afrontar las quincenas de mis empleados por trabajos que cobro tres meses más tarde. Esa diferencia termina siendo en contra, cuando ubicarse en instrumentos financieros reporta una ganancia segura”, explica con resignación, dado que “los que estamos en la producción queremos producir”.

Frente a esta realidad, la respuesta del Gobierno será recibir la semana que viene a los enviados del FMI para escuchar instrucciones sobre cómo seguir profundizando la asfixia.