El próximo 19 de noviembre Chile elegirá presidente. Ocho candidatos competirán para reemplazar a Michelle Bachelet. La emergencia de fuerzas políticas de izquierda, populares y progresistas en un país signado por el bipartidismo desde la caída del pinochetismo. Sebastián Piñera, el favorito de los sondeos. La nueva vieja derecha.

Además de exportar cobre, vinos y mariscos, Chile llegó a vender al mundo una idea de izquierda novedosa: la vía chilena al socialismo. Durante el gobierno del médico Salvador Allende el vecino país intentó darle más poder al proletariado en un marco democrático. Como todos sabemos ese proceso de reformas sociales profundas llegó a su fin con el golpe duro del dictador Augusto Pinochet. Desde entonces, la elite política de la nación trasandina edificó una marca país respetuosa con los intereses del mercado. La constitución pinochetista dejó un guion marcado de políticas de Estado que fueron sumamente respetadas por el sistema bipartidista que se repartió la administración del Ejecutivo por turnos desde entonces.

Más allá de los matices, cuando gobernaba la nueva derecha o la extinta Concertación, ciertos consensos nacionales no se tocaban, como si fuesen las vacas sagradas del país: apertura financiera, sistema educativo arancelado y fuerte criminalización de la protesta social, con la cacería de mapuches en La Patagonia como caso testigo. Recapitulando, ese Chile pacato, que se mostraba al mundo como el tigre asiático sudamericano, comenzó a crujir con las protestas estudiantiles– y muchas otras– del 2011. El tablero electoral suele cristalizar con algo de delay lo que sucede a nivel social. En ese sentido, las inminentes elecciones presidenciales ya tienen un resultado fijo: la administración bipartidista de La Moneda ha llegado a su fin.

Ya no hay dos bloques o alianzas repartiéndose los votos en un soñado fifty fifty. Es cierto que el magnate y ex presidente Sebastián Piñera es favorito en los sondeos pero, a su vez, han emergido varias fuerzas políticas populares que, además de contar con chances de disputar el ballotage de diciembre, seguramente teñirán de rojo, después de muchos años, los pasillos de La Moneda donde entregó su vida el hombre que aseguró que, más pronto que lejos, se abrirán las anchas alamedas al socialismo.

Una nueva vieja derecha

El PRO chileno

Nuestras Voces habló con el candidato del PRO chileno (Partido Progresista) Marco Enríquez Ominami, sobre las claves electorales en el país. Ominami, hijo del mítico líder guerrillero Miguel Enríquez, picó en punta en su momento, en una tendencia que luego se consolidaría de fuga por izquierda de otros cuadros políticos, cuando rompió unos años atrás con La Concertación por considerar a la coalición de centro como parte de la “vieja política”. En principio, MEO (como suele ser referido en los medios) es medianamente optimista sobre la nueva representatividad, tanto en el Ejecutivo como en el Parlamento, que se cristalizará en su país tras los comicios de noviembre.

“Definitivamente, el bipartidismo chileno ha llegado a su fin. Pero eso no significa el debilitamiento de las élites. Tal vez signifique todo lo contrario. Porque, finalmente, los partidos tradicionales van a mantener proporcionalmente las mismas cuotas de poder, y los nuevos partidos, cuando uno hace un análisis de sus dirigentes, son los hijos de los partidos de la Concertación y la derecha. Pero, esos sectores, en vez de hacer el trabajo partidista al interior de los partidos existentes, para transformarlos o quebrarlos desde adentro, y hacerlos evolucionar, como lo hicimos nosotros el 2009, ellos hicieron el camino corto, pusieron sus propios tinglados, a la medida de sus moralidades, intereses y amigos, para entrar al Parlamento. Como dice mi querido amigo García Linera (Vicepresidente de Bolivia), la revolución no es la renovación de personas en los puestos de poder. La revolución ocurre cuando esas personas nuevas, provienen también de clases o estratos sociales nuevos, o que nunca antes estuvieron en el poder”, explica Ominami vía telefónica desde Santiago de Chile.

Sobre las expectativas programáticas con las que el PRO chileno busca teñir al sistema político del vecino país, Ominami advierte: “Las expectativas son las de siempre: ganar y seguir avanzando en este proceso de cambio que iniciamos el año 2009. Fuimos los primeros en re-poner en la agenda asuntos fundamentales para el buen vivir de la gente. Educación y salud pública de calidad y gratuita para todos, aumento de impuestos a los más ricos, nacionalización de los recursos naturales, mejoramiento de la calidad de vida de los trabajadores, despenalización del aborto y matrimonio universal, entre varias otras medidas que apuntaban en el sentido del fortalecimiento de los derechos de la gente. Eso es lo primero”.

El testimonio de Enríquez Ominami dialoga, o más bien debate, con las otras dos expresiones partidarias que pretenden también, al igual que el Partido Progresista, construir una nueva hegemonía política en Chile con valores más anclados en la justicia social que el libre comercio. La referencia es a la oficialista Nueva Mayoría –ex Concertación– y el ascendente Frente Amplio.

Post Concertación

El oficialismo chileno, ante la devaluada adhesión de sus referentes en los sondeos, ha decidido vestirse de opositor para concurrir a los comicios. De alguna manera, la ex Concertación continúa reconfigurando su inquilinato doméstico de fuerzas partidarias con el siguiente criterio: las fuerzas más conservadoras como Democracia Cristiana ya no son parte del “tinglado” socialdemócrata –por usar la expresión de MEO–, y sí son recibidas en la gran familia centroizquierdista expresiones políticas que llevan la hoz y el martillo grabado a fuego en su escudería, como el Partido Comunista, donde la diputada y ex dirigente estudiantil Camilla Vallejo es una de sus caras más conocidas en Argentina.

La propia Vallejo reconoció, durante su reciente visita a la Argentina, donde fue invitada a dar un seminario en la UMET (Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo), que le hacía “doler la guata (panza)” la convivencia política interna con la Democracia Cristiana dentro de la alianza oficialista. Evidentemente, hoy Vallejo se debe sentir más a gusto con su malestar estomacal ya que la coalición gubernamental, en un claro gesto de tratar de estar más en sintonía con una sociedad más crítica de las bondades del libre mercado, entronizó como candidato presidencial a un dirigente, el periodista y senador Alejandro Guillier, que se presenta como “independiente” y “crítico” de lo mucho hecho por Michelle Bachelet durante su segunda temporada al frente de La Moneda.

En paralelo, ha surgido una nueva izquierda, arropada con el rótulo “progre” más usado en la región: Frente Amplio, que ha logrado confluir a movimientos sociales variopintos, con mucho músculo en la calle a la hora de movilizarse contra el arancel educativo o el sistema privado previsional, tradicionalmente alérgicos con la idea de dar disputas electorales o institucionales. Recapitulando, esa izquierda, usualmente caracterizada en la literatura marxista como “autónoma”, más cerca de las tesis del zapatismo y John Holloway (“cambiar el mundo sin tomar el poder”) que del leninismo tradicional, hoy marcha tercera en los sondeos.

Además, el Frente Amplio ya no es un solo un tábano del poder. Hoy, es parte del poder. El “Podemos” chileno conduce la Alcaldía de Valparaíso, una de las ciudades más ricas del país, cuenta con varios curules en el hemiciclo, entre cuyas bancas se destaca la representación por Magallanes de Gabriel Boric, otra de las celebrities del movimiento estudiantil que jaquearon al gobierno de Piñera y, por sobre todas las cosas, hoy tiene chances de disputar la segunda vuelta presidencial.

Por último, la nueva izquierda chilena tiene un rasgo común con muchas de las izquierdas que laten en la región o en el mundo: está dividida. Sobre la posible unión en el futuro cercano de las tres expresiones señaladas, el PRO, Nueva Mayoría y el Frente Amplio, Enríquez Ominami considera: “Ahora no se ha podido. Pero se va a poder. Porque esta nueva derecha que representa Piñera es muy peligrosa. Es xenófoba, es racista, misógina, es promotora de la desigualdad y del centralismo, pero disfrazándola de buenas intenciones. Es en resumen antipatriota. Porque cuando dice que se quiere preocupar de la salud de la gente, lo que en verdad quiere es hacer más ricos a los dueños de las clínicas privadas. Cuando dice que le preocupa la democracia y la libertad de expresión, lo que en realidad quiere es darle chipe libre a los banqueros para que se sigan comprando medios de comunicación, y construyendo mentiras como verdades. Y cuando dice que le interesa el crecimiento, en realidad lo que le interesa es vender las riquezas del país barato y rápido, para repartirla entre los mismos pocos”.

Más allá de todo lo dicho, la elección de Chile está para ver con pochoclos. Hay dos posibles horizontes: o gana Piñera, lo que vendría a conformar, salvo la presidencia uruguaya de Tabaré Vásquez, un Mercosur ampliado gobernado por presidentes magnates –Macri, Cartes en Paraguay- o golpistas –Temer en Brasil–; o gana una expresión de izquierda después de muchas décadas. Evidentemente, quizás no se abran las grandes alamedas, pero el socialismo chileno ya no corre por colectora.

@guidoesminombre