Hacia 1878, comenzó la ocupación mortal de las tierras del sur argentino, mediante un ejército sanguinario y el necesario apoyo de quienes terminarían siendo los verdaderos beneficiados de esas crueldades vejatorias de la condición humana de los indígenas: los terratenientes.

Allí comenzó lo que todavía, por nuestros días, continúa tratando de aplastar la historia, de hacerla desaparecer, como lo han hecho y lo están haciendo con los últimos representantes de los pueblos originarios de nuestra América. Ahí empieza el robo de las tierras, que hoy se profundiza con la extranjerización de millones de hectáreas. Y al igual que ayer, la conquista de los territorios se hace también a “sangre y fuego”.

No es extraño, claro, que se intente conquistar tierras con tantas riquezas escondidas por parte de los grupos económicos más poderosos del mundo. Lo repugnante es la complicidad de la caterva de “empresarios”, que de argentinos solo tienen el origen (aunque tampoco tanto), hoy a cargo de los destinos de la Nación. Lo asqueante es la anuencia de algunos de quienes dicen ser nuestros representantes, que en realidad lo son de los pocos dueños del Poder Real.

Peor aún resulta escuchar las imbecilidades de los idiotizados negadores de la realidad, apoyando estas sucias maniobras especulativas, creídos de ser parte de una fiesta a la que jamás los invitarán. Son los mismos que se cubren con una bandera argentina para alentar a la selección de fútbol y que no recuerdan la letra de nuestro himno, los mismos que prefieren la presencia de los rubios representantes de la extranjería invasora, antes que la oscura piel de los auténticos nacionales.

En nombre de futuros cargados de riquezas que nunca tocaremos, en nombre de felicidades que solo serán de ellos, en nombre de inversiones que nunca llegarán, en nombre de trabajos que jamás se crearán, en nombre de una moral que no tienen y de una desvergüenza que deshonra nuestra inteligencia, se avanza sin piedad hacia el fin de nuestra Patria.

Alguien dijo alguna vez que no hay nada más peligroso que un bruto con iniciativa. Eso es lo que hoy en día estamos padeciendo, por enésima vez: las iniciativas de los brutos del poder, acompañados, más que nunca, por la perversa inteligencia de quienes mueven los hilos de estas marionetas mortales.

Solo cabe esperar que quinientos años de resistencia indígena le sirvan de aliento al resto del pueblo, para soltar las amarras de un pasado oprobioso y re-encontrar así, el olvidado camino de la nacionalidad y los dormidos ideales de verdadera justicia.