Mentimos si decimos que nunca escuchamos frases como: “Me sacan a MI -de los impuestos- para darle a los ´negros´ o a los ´vagos´” “A MÍ el gobierno no me dio nada, todo lo tengo por MI esfuerzo” “Son pobres porqué quieren”. Esas frases son la manifestación de parte del tejido social infectada con las ideas de los “civilizados”, quienes son los propietarios de enormes riquezas hechas al abrigo del propio Estado, una minoría infima de la sociedad; pero que han esparcido esas ideas como se esparcen las epidemias por aquellos sectores sociales que están muy lejos económicamente de ellos. Pero olvidan que la economía es como un juego de ajedrez, caen primero los peones y después  los que se creen que están cerca del Rey, aunque solo son escudos sin valor para aquel. El odio, la fuerza del cambio con el que han llegado los gobiernos oligárquicos al poder, ese odio visceral, es tan exclusivo de ellos como sus riquezas; el odio es el derecho de los civilizados.

Los procesos politicos, sociales y economicos neoliberales tienen solo un tipo de beneficiarios, donde las grandes mayorias populares, desde los pobres hasta las clases medias, están excluidas. Considero que la economia en este momento es como un juego de ajedrez, caen primero los peones y despúes caen los que se creen que están cerca del Rey, aunque solo son escudos sin valor para aquel.

¿Quién es el bárbaro al final? Lejos de la anacrónica clasificación categórica que hiciera Domingo Faustino Sarmiento en “Civilización o Barbarie”, en este particular estadío histórico, signado por la posverdad y el manejo teatrero de la política en manos del “Gran Hermano” y del círculo de Blinderberg; la figura del “bárbaro” debe ser tomado como un enemigo de aquellos que se han considerado “los civilizados”.

Estamos siendo testigos de un reordenamiento social intencional, las plataformas virtuales que han construido una sociedad dentro de otra están creando y/o modificando el sentido común, el sentimiento de pertenencia, borrando la comprensión de clase. La estigmatización y la continua construcción de “el deber ser” y del “deber aceptar” están a la hora del día.

La desigualdad social, la pobreza estructural, los grandes problemas socioeconómicos de décadas que el poder político no ha sabido responder y que, el poder económico ha realizado enormes esfuerzos en mantener, han dejado de ser objeto de crítica persistente de una porción considerable de la sociedad al sistema político. Los responsables de la administración de las naciones están “esquivando” esa responsabilidad.

Los ciclopeos esfuerzos en instaurar una sociedad meritócrata en países con enormes desfasajes de ingresos entre los quintiles más acaudalados y los más empobrecidos, ha de permitir, y lo están haciendo en este momento, que los gobiernos de estos países dejen ser responsables del aumento de la pobreza y la indigencia. Los responsables de la pobreza no han de ser el gobierno que maneja los resortes de la economía, ni los empresarios que depredan la renta nacional, los recuersos naturales e imponen a sus CEOs en la administración pública; bajo este modelo meritocrático, la culpa de ser pobre, la tiene el pobre.

Los responsables de la pobreza no han de ser el gobierno que maneja los resortes de la economía, ni los empresarios que depredan la renta nacional, los recursos naturales e imponen a sus CEOs en la administración pública; bajo este modelo meritocrático, la culpa de ser pobre, la tiene el pobre.

Esta peligrosa idea que atenta contra la equidad social y contra el grueso de la sociedades, que manipula y contruye un nuevo sentido común, está calando hondo en la psique de enormes sectores de la población.

Hay ejemplos muy claros, solo basta entrar a las redes sociales, a las páginas de los famosos adolescentes de la era digital, para ver cómo se burlan de la chica que se saca fotos con la pared sin reboque detrás o como estigmatizan y se burlan de los chicos de barrios pobres de los grandes centros urbanos por las zapatillas que usan, están perpetuando un modelo social basado en el mérito y en la burla contra los que menos tienen.

Los victimarios y los arquitectos de ese “nuevo sentido común” creado desde los medios y desde las redes sociales, son los que el siglo pasado se autodenominaban “civilizados”: los bien vestidos, con finos modales y abominables ideas. Éstos representan una minoría ínfima de la sociedad, si fuese por su capacidad, solo política y en democracia -no por su poder económico- , no serían un obstáculo a los movimientos sociales que procuran reformas estructurales en el reparto de la riqueza o en la construcción de un nuevo Estado de Bienestar; el problema radica en su capacidad de infección al tejido social, su control de los medios.

El odio es la fuerza del cambio: ¿Cómo es posible que una sociedad gire políticamente a la derecha y se automutile? ¿Cómo es posible aun sabiendo que van a ser objeto de la horca, defender al verdugo?

El odio es la fuerza del cambio: ¿Cómo es posible que una sociedad gire políticamente a la derecha y se automutile? ¿Cómo es posible aun sabiendo que van a ser objeto de la horca, defender al verdugo?

“El giro a la derecha” que han realizado sociedades como la argentina, los números que obtienen y, posiblemente, obtendrán partidos de derechas en otros países latinoamericanos y europeos, nos hace pensar en cómo después de ver cara a cara las consecuencias del neoliberalismo y de vivir con estabilidad económica y política durante más o menos una década, dada por gobiernos nacionales y populares votan propuestas neoliberales. Sin duda la respuesta es multidimensional, múltiples disciplinas y áreas de conocimiento darán respuestas interesantes, complementarias, contrapuestas, con o sin sentido; quizás se llegue a un acuerdo, quizás no.

Lo indudable, lo visible, lo palpable y lo audible nos habla de una desintegración del sentido de pertenencia de clase en una parte considerable de la sociedad. Es común escuchar en los círculos militantes opositores a estos gobiernos neoliberales frases como: resumiendo de este modo muchas cuestiones importantes y alarmantes.

Se preguntaba una historiadora, en una conversación informal sobre política, porqué en elecciones parlamentarias, después de año y medio de una gestión que aumentó la pobreza de manera considerable, que había reprimido con violencia una serie de manifestaciones de los pueblos originarios y después de un aumento drástico y sin piedad de los servicios publicos, el partido gobernante mantenía elevados porcentajes y estaba cerca de ganar esas elecciones.

Porque han constuido un enemigo interno en sociedades que tienden a quebrarse con facilidad; desde los medios y desde prestigiosos centros de opinión; en Brasil y en Argentina se puede ver con facilidad que los gobiernos populares de Dilma Rousseff y Cristina Kirchner se han convertido en el único blanco de ataque de la prensa hegemónica, del capital concentrado y de los principales partidos politicos conservadores.

En países donde la sociedad había recuperado poder de compra, donde la desigualdad había sido reducida a valores récord e inimaginables hasta hace pocas décadas, donde el desempleo se había desmoronado por debajo de los dos dígitos, donde se había construido poderosos Estados de Bienestar, con acceso universal a prestaciones sociales y previsionales; claramente la gestión no podía ser blanco de ataque. La corrupción es la excusa para derribar gobiernos populares, decía un importante político argentino del siglo XX.

Por un lado, la prensa acusando con denuncias endebles a los gobiernos populares de ser asociaciones ilícitas o mafias que tenían por objeto robar las riquezas de la Nación, cuando en realidad lo que hacían era redistribuirla y pagar la deuda externa contraída por gobiernos oligárquicos y por otro lado, los Barones de la Big Data y los dueños del ocio, generando, a través de videos, imágenes y diversos contenidos , la destrucción del sentido de pertenencia social, del sentido de clase y construyendo al “enemigo” de ese sector de la sociedad que estaba, y está siendo inoculado con esas ideas elitistas.

Los programas de redistribución el ingreso de estos gobiernos tenían una población que claramente eran los económicamente más vulnerables; ese sector de la sociedad se constituyó como el “enemigo” del otro sector de la sociedad que fue y es proclive al discurso del “mérito”. Es común y siempre lo fue, por lo menos en Argentina que el pobre sea estigmatizado por medio de diversos epitetos o sea identificado, hasta desde los medios de comunicación “serios”, con determinada vestimenta o color de piel. La iconograficación de la pobreza es claramente intencional.

Mentimos si decimos que nunca escuchamos frases como: “Me sacan a MI -de los impuestos- para darle a los ´negros´ o a los ´vagos´” “A MÍ el gobierno no me dió nada, todo lo tengo por MI esfuerzo” “Son pobres porqué quieren”. Esas frases son la manifestación de esa parte del tejido social infectada con las ideas de los “civilizados”, quienes son los propietarios de enormes riquezas hechas al abrigo del propio Estado, una minoría infima de la sociedad; pero que han esparcido esas ideas como se esparcen las epidemias por aquellos sectores sociales que están muy lejos económicamente de ellos. La recuperación económica provocada por esas políticas redistributivas, ese círculo virtuoso de la economía, que ha llevado ingresos pocas veces visto por la clases medias ha provocado una muy errada autopercepción de ésta; fue sensible a ese discurso porqué se sintió cerca de la “clase de civilizados”, porque no se preocupó en formarse antes de sentarse frente a los medios de comunicación hegemónicos y porque, por medio del sentido común que los sectores oligárquicos se ocuparon en expandir, quisieron alejarse lo más posible de las clases bajas; solo discursivamente claro, para no ¨caer¨ en la burla y la estigmatización de los señores y señoras de vestidos elegantes y finos modales.

Los procesos políticos, sociales y económicos neoliberales tienen solo un tipo de beneficiarios, donde las grandes mayorías populares, desde los pobres hasta las clases medias, están excluidas. Considero que la economía en este momento es como un juego de ajedrez, caen primero los peones y después caen los que se creen que están cerca del Rey, aunque solo son escudos sin valor para aquel.

Tarde o temprano esos sectores inoculados por la oligaquía deberán inyectarse un antibiótico social, sacar de terapia intensiva a la conciencia de clase. El odio contra las clases medias, contra las clases bajas, contra los beneficiados del reparto de la riqueza en los gobiernos populares es sólo entendible para las minorías, dueñas del capital económico concentrado, propietarios de enormes latifundios que deberían estar en manos de los pueblos originarios; a ellos le es dado el derecho de odiar a los gobiernos populares, a los militantes de movimientos politicos que procuran un cambio estructural en la economia a favor de los excluidos.

El odio, la fuerza del cambio con el que han llegado los gobiernos oligárquicos al poder, ese odio visceral, es tan exclusivo de ellos como sus riquezas; el odio es el derecho de los civilizados.